Tras un primer fin de semana intenso, empezamos el lunes con una película que, irremediablemente, ha marcado a fuego mi primera vez en el Zinemaldia: la última de Albert Serra confronta al espectador con una verdad incómoda, difícil de mirar de frente. También sobre la verdad (y la ficción) nos habla Léos Carax en su biografía fílmica, mientras François Ozon presenta un tierno manifiesto sobre la importancia de la mentira. Por Belit Lago
Después de varios cortometrajes de no ficción, Albert Serra se lanza al ruedo, y nunca mejor dicho, con el largo documental Tardes de soledad, donde retrata al torero peruano Andrés Roca Rey en tres de los momentos clave de su “profesión”: la preparación, la corrida y la posterior valoración.
El primer plano frontal de un toro mirando a cámara, acompañado de su agitada respiración y una música agobiante, se resuelve como presagio de una muerte anunciada.
Inmediatamente después, también desde delante, conocemos al matador y su cuadrilla en el interior de una furgoneta que se convertirá en uno de los tres espacios clave (donde se comentan las jugadas a base de elogios y enaltecimientos varios), junto a la plaza (terreno mayoritario) y la habitación de hotel (donde tiene lugar el ritual previo a los encierros).
De la misma manera que el toreador y sus cómplices desconciertan y torturan al toro hasta la extenuación, Serra alimenta una narración reiterativa que parece no tener rumbo alguno. Desde una desagradable subjetividad que nos sitúa en medio de la plaza la mayor parte del tiempo, hasta siete bovinos son asesinados (si una no se ha descontado entre la desesperación y la agonía) en una pieza que busca belleza donde es imposible encontrarla.
Lo que sí logra con acierto el director bañolense es captar el sinsentido de una práctica barbárica, salvaje y brutal, si usamos las mismas expresiones que los compañeros de Roca Rey emplean para motivar al joven. La muerte, que emerge tanto de los ojos del animal, que lucha una batalla mortal perdida de antemano, como de la mirada de Andrés, rebosante de excitación por el deseo de matar, es la protagonista incuestionable de este insoportable trabajo.
El autorretrato fílmico de Léos Carax es, si cabe, todavía más críptico que su cine de ficción. El autor galo sorprende, como es de costumbre, en cada uno de los 40 minutos que dura C’est pas moi (It’s Not Me), mediometraje presentado en la pasada edición del Festival de Cannes que recuerda, en estilo y formato, al último Godard.
Estamos frente a una pieza que son muchas piezas: una especie de rompecabezas que comprende toda una carrera. Pero no solo eso: Carax amplía miras e intenta hablar, no solo de su obra, sino también de la imperturbable representación del horror en una era en la que la mirada está tan acostumbrada a la violencia en pantalla que hemos acabado convirtiéndonos en un público carente de sensibilidad. Frente a la saturación de imágenes surge la necesidad de parpadear, o lo que es lo mismo, de desconectar por momentos de la avalancha visual a la que estamos sometidos en el presente.
En lugar de buscar una posible interpretación del discurso que plantea aquí el director de Holy Motors (2012), resulta más interesante dejarse llevar por la belleza (y el espanto, si se quiere) de la pieza, siendo esta un ensayo íntimo y personal que provocará sonrisas de complicidad en los admiradores de su vasto universo (sobre todo en su tramo final), pero también desconcierto en quien no lo haya navegado mínimamente.
Cuando cae el otoño es la sexta película de Ozon presentada en la Sección Oficial del SSIFF: un film que celebra la vejez a través de un tono cómico-trágico que arrancaba sonrisas y lágrimas a partes iguales en su paso por los Cines Príncipe.
El otoño del título bien podría significar el ocaso de una vida que está llegando a su última etapa: Michelle, una abuela jubilada, por fin tiene tiempo de leer, cuidar de su huerto e ir a coger setas con Marie-Claude, su amiga de toda la vida. Cuando su hija Valérie y su nieto Lucas la visitan el Día de Todos los Santos, empieza una retahíla de acontecimientos surrealistas que cambiarán la vida de la anciana drásticamente.
El director de En la casa, que ganó la Concha de Oro y el Premio del Jurado a mejor guion en 2012, reivindica el poder de la fabulación cuando esta nos ayuda a vivir mejor. Decir la verdad está sobrevalorado, y mentir, aunque sea a la policía, puede resultar de gran utilidad e, incluso, divertido.
Repleta de situaciones inverosímiles que aportan ligereza a la trama, que cuenta con hechos realmente trágicos, Ozon consigue elaborar un relato sencillo pero sin olvidar aquellos temas sociales que muchas veces han vertebrado su cine, como son la prostitución, las relaciones maternofiliales o el peso de la culpa.