'El cielo rojo' (Filmin)

Crítica ‘El cielo rojo’: Un verano fatal

junio 26, 2024
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Después de ganar el Gran Premio del Jurado en la Berlinale 2023, la última película de Christian Petzold por fin llega a salas españolas. El cielo rojo engaña en su forma de cuento veraniego para ofrecernos una minuciosa disección de las emociones humanas. Por Belit Lago

‘El cielo rojo’ (Filmin)

El relevo de Nina Hoss como actriz fetiche del cineasta, con quien trabajó de 2001 a 2014 en la mayoría de sus películas, se afianza en esta tercera colaboración con Paula Beer, protagonista de En tránsito (2018) y Ondina. Un amor para siempre (2020), que vuelve a ser la enigmática acompañante del personaje principal, encarnado por Franz Rogowski en los films anteriores y sustituido aquí por Thomas Schubert.

Beer interpreta en los tres trabajos a mujeres a quienes vamos descubriendo poco a poco, aunque paradójicamente nunca las llegamos a conocer del todo. Son figuras que nos provocan una sensación de extrañeza, tanto al público como al resto de personajes, aunque al mismo tiempo consiguen despertar una atracción irrefrenable: deseo que se ve reforzado por el uso del color rojo, presente en el cabello de Ondina y también en los vestidos de Marie y Nadja.

Leon (Schubert) y Felix (Langston Uibel) van a pasar unos días a un pueblo de la costa báltica de Alemania. El idílico inicio, acompañado de los reiterativos versos de “in my mind” de Wallners, donde adivinamos la mirada perdida de Leon a través de una ventana que recoge el reflejo de los árboles, dura tan solo unos segundos. Pocos kilómetros antes de llegar a su destino, el coche deja de funcionar, convirtiéndose en el primer inconveniente de muchos que están por venir. El segundo tiene nombre de mujer: Nadja, la sobrina de una amiga de la madre de Felix, está pasando una temporada en la casa de campo, situación que destapará paulatinamente el carácter del protagonista, un engreído joven a quien todo parece molestarle.

‘El cielo rojo’ (Filmin)

Petzold retrata en El cielo rojo la inmadurez de un hombre que necesita llamar la atención continuamente y a quien le revienta la diversión ajena. En plena revisión de su segundo manuscrito, Leon llega a la bucólica villa con la intención de acabar el libro, pero el destino pronto cambiará sus planes. La presencia de la chica reforzará su incapacidad de trabajar (o más bien su capacidad de distraerse), desviándolo continuamente de su principal objetivo. Experto en generar tensión con tan solo abrir la boca, se esfuerza en implosionar la tranquilidad imperante del lugar, buscando el conflicto a todas horas con el fin de quedar por encima de los demás. Su superioridad intelectual añadida a su constante mal humor lo alejan del resto, a excepción de Nadja, con quien acabará tejiendo una extraña relación de tira y afloja, un vínculo que él mismo frustra desde el comienzo.

Las largas conversaciones envueltas por un entorno natural recuerdan a Rohmer, sobre todo a su Cuento de primavera (1990), donde, de forma similar, detrás de una aparente ligereza vacacional, se esconde un vasto análisis de las emociones. Es magistral el peso del significado en el uso de las miradas, sobre todo en la cena en la que Leon descubra que Nadja se dedica a algo más que a vender helados. El rey destronado se enfada porque su editor, presente en la velada que da lugar a la charla, se ha interesado más por ella en unas horas que él en los varios días que llevan compartiendo techo.

En la misma secuencia, la joven recita dos veces el poema de Heinrich Heine “El Asra”, momento que nos recuerda a una escena de En tránsito donde el personaje de Rogowski le canta una nana al hijo de una refugiada sordomuda. Ella, con la ayuda del niño, le pedirá a Georg que vuelva a cantar la canción.

Las repeticiones en el cine de Petzold sirven para fortalecer la naturaleza de sus películas, que viajan desde el drama, a veces con cierto toque irónico, hasta la implacabilidad de la tragedia, sin olvidar ese toque fantástico que lo caracteriza.

‘El cielo rojo’ (Filmin)

El autor alemán es experto en ofrecernos los finales más demoledores posibles, añadiendo un sinfín de fatalidades sin importar la verosimilitud del resultado. Nos abofetea sin remordimiento para hacernos despertar a través del dolor y plantearnos, película tras película, lo inexorable de la imposibilidad romántica.