Resulta difícil pensar en otro director capaz, como Robert Zemeckis, de resolver con semejante brillantez el reto técnico y narrativo de llevar la novela gráfica Aquí, de Richard McGuire, a la gran pantalla, logrando además conservar su esencia temática. Por Tonio L. Alarcón
Cuando Richard McGuire publicó la primera versión de Aquí en la revista RAW, en 1989, sus seis páginas respondían al tipo de cómic experimental y alternativo que cultivaban sus editores, Art Spiegelman y Françoise Mouly. Utilizando un mecanismo narrativo muy propio de Winsor McCay, como es el uso de pequeñas viñetas dentro de cada viñeta principal, el autor aprovechaba la lectura secuencial del medio para multiplicar la narrativa a la que daba pie la esquina de una casa, jugando con los saltos temporales para establecer ironías, paradojas y, lo más importante, reflexiones sobre el paso del tiempo.
Un juego expresivo que enriqueció, dos décadas y media más tarde, con la transformación de Aquí en una novela gráfica que utilizaba idéntico mecanismo, pero mediante splash pages que le ayudaban a generar asociaciones más complejas y más enriquecedoras, además con un ritmo más pausado, al tener 304 páginas para desplegar sus diferentes historias convergentes.
Resulta especialmente interesante revisar Here (1991), la adaptación en forma de cortometraje que realizaron dos estudiantes del Rochester Institute of Technology, Timothy Masick y Bill Trainer, pues ya pone sobre la mesa la imposibilidad de llevar a la gran pantalla, tal cual, la narración de McGuire. La imagen cinematográfica no permite un periodo de observación tan largo como el de las viñetas de cómic, por lo que la pequeña pieza de Masick y Trainer transmitía una sensación mucho más precipitada, más caótica, que la de la versión de seis páginas en la que se inspiraron.
Una limitación de la que, aunque solamente sea por puro oficio, han sido mucho más conscientes Robert Zemeckis y su coguionista, Eric Roth, a la hora de plantear la adaptación de la novela gráfica que es Here (Aquí) (2024). Partiendo de la consciencia de que se trata de medios distintos, y que, por lo tanto, es inevitable hacer concesiones para adaptar el mecanismo expresivo de McGuire a una narración cinematográfica, lo que hace esta versión es condensar la multiplicidad de relatos para quedarse con la esencia de la obra original.
Al abrir ventanas simultáneas a otros momentos, McGuire no solamente relativiza nuestro concepto temporal, y lo abstracto de su significado, sino que también cuestiona nuestra relación con el ahora –de ahí el título original de la obra, que habla más de tiempo que de espacio– y, sobre todo, pone sobre la mesa la insignificancia de cada existencia humana respecto al global de la historia de nuestra civilización. Ahí Zemeckis y Roth encuentran el tapiz sobre el que hilar las secuencias que han considerado más sugerentes de la novela gráfica –dejando, eso sí, al margen sus proyecciones hacia un futuro distópico e hipertecnológico–, centrándose así en la construcción de una especie de novela río a través de la cual profundizar en la historia de los Estados Unidos.
No es casual, en ese sentido, que hayan vuelto a contar con las dos estrellas de Forrest Gump (1994), pues, como allí hicieron respecto a la novela de Winston Groom, aquí ofrecen una mirada cargada de mala leche sobre la sociedad norteamericana.
Así pues, Richard (Tom Hanks) y Margaret (Robin Wright), figuras inexistentes en la obra previa de McGuire –si bien absorben ciertos momentos y diálogos de la misma–, vienen a representar la principal mentira que oculta la sociedad capitalista: que aunque nos vendan la esperanza de que viviremos mejor que las generaciones anteriores, el sistema nos asfixia lo suficiente como para que sigamos sintiéndonos eternamente insatisfechos, hasta que ya es demasiado tarde para remediarlo. Zemeckis y Roth recogen la capriana idea central de ¡Qué bello es vivir! (1946), la de los protagonistas que renuncian a sus sueños personales para formar una familia, y le arrancan el componente fantástico para dejar al descubierto su terriblemente conformista esencia.
Pero, como es habitual en la obra de su director, Here (Aquí) también supone un ejercicio de virtuosismo técnico que busca reventar las costuras de la narración tradicional. Y lo hace explotando las posibilidades de la fragmentación del plano ensayada por McGuire sobre la página, aplicándola mediante el uso de efectos digitales. Así, partiendo de una aplicación de la viñeta sobre la narración cinematográfica con la que Ang Lee había ensayado en su nunca lo bastante apreciada Hulk (2003), Zemeckis subvierte el estatismo natural de un recurso con tanto peligro de caer en lo teatral como el plano fijo. Si bien cabe acotar que también complementa el desarrollo de la acción mediante un inteligente uso de los encadenados para expresar el paso del tiempo dentro de las mismas líneas temporales… Que no están diferenciadas mediante cartelas, como en la obra de McGuire, sino a través del diseño de producción.
Algo que resulta clave para anclar la narración a la realidad, de ahí que el equipo de Ashley Lamont pudiera construir un set real, adaptado para cada época, mientras la ventana de la estancia estaba, en realidad, formada por una gran pantalla LED coordinada con un sistema de iluminación dinámico que facilitaba las transiciones temporales.
En cambio, lo que más ha llamado la atención a nivel promocional, el uso de la herramienta IA llamada Metaphysic Live para rejuvenecer en tiempo real los rostros de Hanks, Wright, Paul Bettany y Kelly Reilly, es quizás uno de los elementos que peor funciona: uno querría pensar que la tecnología ha mejorado desde El irlandés (2019), pero la realidad es que todavía no se ha perfeccionado lo suficiente como para engañar al ojo humano, especialmente en los primeros planos.