'La zona de interés' (imagen cortesía de Elástica Films)

Crítica ‘La zona de interés’: El peso del fuera de campo

enero 31, 2024
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Con cinco nominaciones a los Premios Oscar, Jonathan Glazer consigue colarse en el hermetismo hegemónico de la Academia con una película totalmente alejada de las narrativas que suelen caracterizar las propuestas made in Hollywood. Por Belit Lago

‘La zona de interés’ (imagen cortesía de Elástica Films)

El director de la ya emblemática Under the Skin (2013) vuelve al largometraje tras diez años dedicado a la realización de cortos y anuncios publicitarios. Marcas como Apple, Burberry o Canon han contado con sus dotes artísticas para dirigir sus spots, visiblemente impregnados de una estética, tanto visual como sonora, muy en la línea de la filmografía del autor de Reencarnación (Birth, 2004).

El impulso de su triunfante paso por Cannes, donde obtuvo el Gran Premio del Jurado, es un dato que, en parte, explica su éxito posterior. También la ganadora de la última Palma de Oro, Anatomía de una caída (Justine Triet), ha entrado con fuerza en la lista de nominadas, dando lugar a un hito histórico dentro de dichos premios cinematográficos: por primera vez, las ganadoras de estos dos galardones competirán a mejor película en los Oscar.

Siendo el cine sobre el holocausto un tema más que manido en la historia del cine, Glazer apuesta por sostener la originalidad de su propuesta en el cambio del punto de vista.

El peso de la moral a la hora de retratar tal hecho histórico hizo saltar las alarmas de los críticos vanguardistas a raíz del famosísimo travelling de Kapò (Gillo Pontecorvo, 1960), donde el director pretendía embellecer el suicidio de una judía en un campo de exterminio, decisión fuertemente criticada por Rivette en el número 120 de Cahiers du Cinéma: “Aquel que decide en ese momento hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado (…) sólo merece el más profundo desprecio”.

‘La zona de interés’ (imagen cortesía de Elástica Films)

Años antes, Alain Resnais se atrevía a hablar del holocausto desde la no ficción, construyendo un relato estremecedor a partir de imágenes de archivo inéditas grabadas en Auschwitz en 1944. Noche y niebla (1956), con apenas 36 minutos de metraje, explicaba el horror de los campos de concentración tan solo 12 años después de la Liberación.

La zona de interés, adaptación libre de la novela homónima de Martin Amis, retrata la idílica vida de la familia Höss. El comandante Rudolf (Christian Friedel) y su mujer Hedwig (Sandra Hüller) han construido un hogar de ensueño en el que criar a sus hijos. El jardín, milimétricamente diseñado con el fin de invisibilizar el contexto inmediato, está repleto de flores, verduras y enredaderas. A escasos metros del paraíso se encuentra el muro, frontera divisoria entre la luminosidad de la vida y el espanto de la muerte, contraponiendo dos realidades que se retroalimentan.

Lo que ocurre más allá del muro queda siempre fuera de campo: lo único que observamos son las chimeneas, siempre en marcha, cuya humareda acaba afectando irremediablemente el aire que los alemanes respiran. Aunque el matrimonio se empeñe en hacer caso omiso de la atrocidad que perpetúa, la madre de Hedwig, que acudirá a la casa de visita, no tardará en huir despavorida, incapaz de seguir inhalando esas partículas que la obligan a toser sin descanso. En una de las salidas al río con la nueva canoa del comandante, este nota algo en la pierna: el roce de un hueso humano. Sacará inmediatamente a sus hijos del agua para volver a casa y hacer que las sirvientas los laven a conciencia, intentando borrar cualquier atisbo de monstruosidad, manteniendo ese aislamiento en el que han cimentado su vil existencia.

‘La zona de interés’ (imagen cortesía de Elástica Films)

Pese a no tratarse de una película explícitamente de terror, Glazer utiliza ciertos mecanismos para que la incomodidad vaya infectando la experiencia del espectador. Los dos minutos de pantalla en negro del prólogo, acompañados de una música siniestra que se tornará en cantos de pájaro para dar pie a la bucólica primera escena, ya es un síntoma de mal augurio. Hacia la mitad del metraje otro pantallazo: esta vez en rojo, provocando desconcierto y extrañeza. La cinta acaba como empieza, con la opacidad que encierra este lumínico relato de una familia ajena al desastre, pero que a su vez vive encerrada entre las paredes de su casa y las flores de su parcela, elementos que enclaustran a unos personajes que, lejos de vivir en la libertad que proclaman, se muestran encarcelados bajo unos ideales infames.

Aunque lo realmente terrorífico de La zona de interés es el diseño de sonido, preciso y minimalista, y a su vez apabullantemente acertado. Especialmente cuando acompaña a las escenas en negativo, dos momentos estilísticamente brillantes, donde el director británico transita directamente el género para representar, una vez más, lo injustificable de aquello que nos está mostrando. Sin olvidar la corporeidad de esa crueldad oculta que oímos insistentemente en forma de disparos, gritos y murmullos, que acaban por entremezclarse con los ladridos del perro y los desesperados berrinches del más pequeño de los Höss.