'Los pequeños amores' (imagen cortesía de BTeam Pictures)

Crítica ‘Los pequeños amores’: La belleza de la intimidad familiar

marzo 20, 2024
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Después de Viaje al cuarto de una madre (2018), Celia Rico vuelve a representar los entresijos de una relación maternofilial con una película que sirve como continuación de su ópera prima, centrándose en una etapa más madura de los personajes. Por Belit Lago

‘Los pequeños amores’ (imagen cortesía de BTeam Pictures)

El sonido de la cotidianidad envuelve el inicio del relato de Los pequeños amores, sumergiéndonos en las labores del hogar tales como cortar unas hortalizas, lavar los platos o pintar la fachada, oscurecida por el paso del tiempo. Ruidos que se entremezclan con el ambiente campestre que enmarca la historia: el trino de los pájaros, las tormentas de verano y el danzar de las ramas sirven como envoltorio idóneo a los días que madre e hija comparten en la casa familiar.

Teresa (María Vázquez) vuelve al pueblo de su infancia para ayudar a su madre (Adriana Ozores), quien tras una caída paseando a Yiyi, un pastor alemán que, como en el cine de Kaurismäki, sirve como acompañante de las protagonistas, ha quedado inmovilizada en una silla de ruedas.

Este retorno al hogar nos recuerda a la reciente Notas sobre un verano (Diego Llorente), donde unas vacaciones en la costa de Gijón servían como punto de inflexión en la vida de Marta. El escenario rural también nos lleva al paraje habitado durante unos días por las protagonistas de Las chicas están bien, donde la naturaleza era un personaje más de la fábula sobre sororidad que Itsaso Arana nos regalaba el año pasado.

‘Los pequeños amores’ (imagen cortesía de BTeam Pictures)

El campo como espacio de pausa y reflexión es un tropo del cine costumbrista que lleva años ocupando la pantalla; sin embargo, lo que engrandece Los pequeños amores no es únicamente su ubicación, sino la representación de unas emociones que se van asomando a lo largo del metraje, y que a su vez hilvanan el vínculo entre las dos mujeres.

En un cambio de papeles inevitable, la única hija de Ani, que reside en Madrid y que ha pasado muchos años viajando, será la encargada de cuidar de su madre. Rico indaga en el miedo al envejecimiento, a la dependencia de nuestros mayores y a la responsabilidad que esto conlleva.

La urgencia familiar entra en conflicto con la vida personal cuando lo que parecía irrefrenable se convierte en secundario, dándole importancia y visibilidad a unas tareas, mayoritariamente realizadas por mujeres, que centran sus esfuerzos en las curas y el bienestar de los seres queridos

Volver a casa nunca es fácil: Teresa, que ha ido conformando su personalidad a lo largo de sus 40 y tantos años, deberá armarse de paciencia para lidiar con las manías de Ani, imperturbables al transcurso del tiempo. El malhumor de la madre, acentuado por el reposo obligatorio, inunda los diálogos con incesantes quejas y órdenes reiteradas sobre cómo deben hacerse las cosas. Una viudedad prematura y la marcha de su hija a la capital la han acostumbrado a la vida solitaria que convierte a muchos en viejos cascarrabias.

‘Los pequeños amores’ (imagen cortesía de BTeam Pictures)

La sencillez formal, construida a base de planos fijos sin apenas movimientos de cámara, sirve para acentuar la simplicidad del relato. Aparentemente nada ocurre, pero si nos fijamos en las miradas de las protagonistas, en sus gestos, y escuchamos sus recuerdos, los deseos incumplidos que comparten estiradas en la cama, espacio fetiche de la directora sevillana, acabamos sucumbiendo a la profundidad del discurso.

Desde la intimidad intrafamiliar, Los pequeños amores se confecciona como retrato de dos puntos de vista inicialmente contrapuestos que finalmente caminan en la misma dirección: la del amor mutuo e incondicional entre una hija y una madre que, en el momento concreto que se nos muestra, solo se tienen la una a la otra.