Después de nueve meses del estreno de Rivales, la cinta más sexy del año pasado, llega a salas el último film de Guadagnino, una adaptación (casi) literal de Queer (1985), la novela corta que Burroughs escribió a principios de los cincuenta. Por Belit Lago

El director de Call Me by Your Name (2017) se ha atrevido a lo largo de su carrera, que contempla documentales, videoclips, cortometrajes e incluso series, con todo tipo de géneros: desde el melodrama en Yo soy el amor (2009), hasta el coming of age en We Are Who We Are (2020), pasando por el terror tanto en Suspiria (2018) como en Hasta los huesos (2022).
Queer no es su primera adaptación cinematográfica: en 2005 llevó a la gran pantalla la novela de Melissa Panarello Melissa P., protagonizada por María Valverde en su primer papel fuera de España.
Cuando una lee la obra de Burroughs, construida a base de referencias autobiográficas que difuminan el límite entre ficción y realidad, es irremediable no ver al autor en el personaje de Lee, que a su vez se llama como él, William. Cuando Guadagnino leyó la novela con 17 años, poco después de su publicación, seguramente encontró en sus páginas algo de su propia esencia como adolescente homosexual. Un escritor de Estados Unidos, país emblema del liberalismo, ubica su historia en México, lugar en el que acaba conformándose un variopinto grupo de expatriados gais y que sirve como espacio de acogida para aquellos que subvierten la heteronorma, los mismos que se encargaron de resignificar el insulto que da título a ambas obras para otorgarle ese valor comunitario, esa seña de orgullosa identidad.

Los personajes aparecen en la adaptación del director italiano tal cual son descritos en el libro, siguiendo al milímetro variedad de detalles, todos excepto el Dr. Cotter, que en el film se convierte en doctora —o más bien en una bruja moderna— interpretada por Lesley Manville (El hilo invisible, Paul Thomas Anderson, 2017). Otros cameos curiosos son el del cineasta argentino Lisandro Alonso (Jauja, 2014) como pareja de Cotter; Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires como Dr. Hernández; o el director de Paranormal Activity 3 y su secuela, Ariel Schulman, como Tom Weston.
Frente al inacabable elenco masculino aparece un extravagante Daniel Craig en su papel de Bill (o William) Lee, un cincuentón propenso a cualquier tipo de adicción que, en su búsqueda de contacto físico un tanto desesperada, se topa con Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven alérgico al compromiso cuya aparente bisexualidad choca con el ansia de posesión de Lee. Este afán es la energía que mueve cada uno de sus pasos hacia la aventura en la que se convierte la segunda mitad de la cinta, una propuesta tan personal como arriesgada que habita derivas surrealistas nunca antes transitadas por Guadagnino.
Tras la sorpresa inicial, el film invita a reflexionar sobre las estrategias fílmicas mientras descubrimos cierta simbología onírica conectada, de alguna manera, con la adaptación de El almuerzo desnudo (Burroughs, 1959) realizada por Cronenberg en 1991.
Dividida en tres capítulos y un epílogo, Queer responde a la naturaleza de film-viaje donde el personaje explora, en este caso, dónde encontrar yagé, pero realizando al mismo tiempo una expedición interna, que es la de Lee pero también la del escritor (y a saber si también la del director).

Esa búsqueda de la anhelada corporeidad de lo queer, la reivindicación de la disidencia y del enamoramiento hacia el otro, pero también de la exaltación de uno mismo. Su obsesión con la ayahuasca nace de la necesidad de entender a Allerton sin palabras, de inmiscuirse en su cerebro a través de la telepatía para conocer quién es esa persona que lo ha absorbido por completo.
Tras la rítmica y ardiente trama capitaneada por dos intérpretes cuyos vaivenes despiertan todos nuestros sentidos, subyace una historia de amor frustrada a lo largo del tiempo, una relación unidireccional que solo es correspondida gracias a transacciones monetarias o intoxicaciones etílicas. El síndrome de abstinencia jamás superado, más fuerte que el del alcohol o la heroína, también deja el corazón helado.
Un cuerpo tiritando y ardiendo al mismo tiempo, la vulnerabilidad humana convertida en arte, la imagen de una mano imaginaria que lucha por alcanzar lo inalcanzable: eso es Queer.