'Porco Rosso' (imagen cortesía de Studio Ghibli)

El viento que se convirtió en huracán

mayo 20, 2024
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El Festival de Cannes concede, por primera vez en su historia, la Palma de Oro honorífica no a una persona sino a un colectivo creativo, Studio Ghibli, por su valiosa e incuestionable contribución al cine. Por Raúl Álvarez

‘Porco Rosso’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

La casa de Totoro, Nicky, Pompoko, Porco Rosso, Ponyo, los Yamada y tantos otros personajes memorables creados por Studio Ghibli recibirá la Palma de Oro honorífica de la 77ª edición del Festival de Cine de Cannes. En el comunicado oficial del premio, Iris Knobloch, presidenta del festival, y Thierry Fremaux, delegado general, afirman que Ghibli “ha desatado un viento fresco sobre el cine de animación”.

Estas palabras constituyen un bonito guiño a aquel “nuevo viento que atraviese la industria del anime”, del que hablaban Hayao Miyazaki e Isao Takahata cuando fundaron su estudio, en 1985, junto con el productor Toshio Suzuki y el empresario Yasuyoshi Tokuma. Casi cuarenta años, por lo tanto, han transcurrido entre aquella brisa –Ghibli toma su nombre de ghibli, término italiano que describe un viento cálido del sur de Libia– y el huracán que hoy sopla desde las oficinas centrales del estudio, propiedad de Nippon Television desde septiembre de 2023.

Esta Palma de Oro honorífica viene a sumarse a la larga lista de galardones –solo Miyazaki ha conseguido tres Oscar, por El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushi, 2001), El chico y la garza (Kimitachi wa dô ikiru ka, 2023) y uno de honor en 2015– que han cubierto de gloria una de las marcas más prestigiosas del cine de animación. Frente a las producciones de Disney-Pixar, Illumination y DreamWorks, Ghibli propone un cine de apariencia modesta, realizado con técnicas tradicionales y que invita al público a dejarse maravillar por los pequeños grandes gestos de la vida. El rumor del agua, la luz del alba, el viento en los árboles. Ghibli se detiene cuando a mirar otros no dejan de moverse.

‘Nausicaa’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

La aventura de toda una vida

Aunque en su catálogo se incluye Nausicaä del valle del viento (Kaze no tani no Naushika, 1984), producida por el estudio Topcraft, lo cierto es que Ghibli no se fundaría como tal hasta el año siguiente, cuando Miyazaki, Takahata y Suzuki, justamente debido al éxito de Nausicaä, decidieron emprender una aventura común, según cuenta Helen McCarthy en Hayao Miyazaki. Master of Japanese Animation.

Yasuyoshi Tokuma, fundador y propietario de Tokuma Shoten, la distribuidora de Nausicaä y una de las principales editoriales de manga del momento, aportó el capital inicial y Studio Ghibli nació el 15 de junio de 1985. Todo quedaba en casa, pues el manga homónimo en que se basó Nausicaä, creado por el propio Miyazaki entre 1982 y 1984, fue publicado por Tokuma Shoten en la revista Animage gracias a la intermediación de Suzuki.

La complicidad entre las tres figuras venía de lejos. Miyazaki entró en el departamento de animación de la Toei en 1963, recién terminados sus estudios superiores en ciencias políticas y economía. Trabajador tan disciplinado como incansable, en 1968 fue nombrado animador jefe de Las aventuras de Horus, Príncipe del Sol (Taiyou no Ouji Horusu no Daibouken), la ópera prima de Takahata. Ambos se hicieron amigos y formaron dúo creativo en títulos hoy tan recordados como las series Lupin III (Rupan sansei, 1971-1977), Heidi (Arupusu no shôjo Haiji, 1974) y Marco: de los Apeninos a los Andes (Haha wo tazunete sanzenri, 1976). Acreditados juntos o por separado, de aquella época pre-Ghibli datan también las series Sherlock Holmes (Meitantei Holmes, 1984-1985) y Conan, el niño del futuro (Mirai shônen Konan, 1978), y el largometraje El castillo de Cagliostro (Rupan sansei: Kariosutoro no shiro, 1979).

La futura Ghibli comenzó a tomar forma cuando Toshio Suzuki, amigo de Tokuma y uno de sus hombres de confianza en el departamento editorial, contactó en 1978 con Miyazaki y Takahata para colaborar en la recién creada Animage. Tras varios intentos fallidos, Suzuki logró por fin publicar en el número de agosto de 1981 un reportaje titulado Hayao Miyazaki, mundo de romance y aventura, al que siguió la edición de Nausicaä. Shane Roberts, Jeremy Mark Robinson, Álvaro López Martín y Marta García Villar, entre otros estudiosos dedicados a glosar la historia de Ghibli coinciden en señalar a Suzuki como la clave de bóveda del estudio.

‘Pompoko’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

En 1989, abandonó la división editorial de Tokuma para incorporarse definitivamente a Ghibli como productor, y un año después fue nombrado presidente de la compañía, cargo que ha mantenido durante las tres etapas de Ghibli: con Tokuma (1985-2005), como estudio independiente (2005-2023) y ahora con Nippon TV.

El sello Ghibli

Durante sus años de aprendizaje y consolidación en la industria del anime, Miyazaki y Takahata definieron poco a poco un universo, un estilo y unos temas en los que se aprecia una interesante mezcla de referencias. Del dibujo de maestros como Sanpei Shirato, Soji Yamakawa y Osamu Tezuka hasta los cuentos de Lewis Carroll y Roald Dahl, pasando por el cine de Akira Kurosawa y la animación de Paul Grimault y Frédéric Back. El castillo en el cielo (Tenkū no Shiro Laputa, 1986), la primera película oficial de Ghibli con permiso de Nausicaä, sintetiza los tres valores distintivos de la casa, los mismos que la convertirán en las cuatro décadas siguientes en el estudio de animación nipón más taquillero y con mayor proyección internacional.

No solo por sus películas. De Ghibli también saldrán decenas de cortometrajes, anuncios publicitarios, diseños conceptuales para videojuegos, exposiciones, merchandising, un museo y hasta un parque temático. Una auténtica compañía transmedia, como apunta Rayna Denison en el reciente Studio Ghibli: An Industrial History.

En primer lugar, Ghibli luce con orgullo un concepto artesanal de la animación que honra no tanto una manera de trabajar como un ideal del trabajo sacrificado. La obsesión de Miyazaki y Takahata por practicar su oficio con técnicas tradicionales se asienta en unos principios éticos de perfeccionamiento personal y colectivo que están reñidos con la lógica capitalista del cine. Las películas de Ghibli eran y siguen siendo muy caras y laboriosas de producir, pero en la filosofía de sus fundadores, sin dificultades no hay aprendizaje posible.

‘El viaje de Chihiro’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

Con el tiempo y la entrada de otros directores más jóvenes, Ghibli fue adoptando técnicas digitales (CGI) para crear determinados movimientos de cámara. La pauta, sin embargo, sigue siendo la concepción, desarrollo y revisión a mano de cada acetato, sin un guion previo de escenas ni una historia cerrada.

En segundo lugar, las películas del estudio abrazan un conjunto de temas recurrentes entre los que destacan el ecologismo, el pacifismo, el crecimiento y la maduración personales, la solidaridad, la familia, la amistad, el respeto por las tradiciones, cierta desconfianza ante la tecnología y un amor apasionado por la aviación. El padre de Hayao fundó Miyazaki Airplane, una fábrica de piezas muy activa durante la Segunda Guerra Mundial, y a él le dedicó El viento se levanta (Kaza tachinu, 2013).

En general, Ghibli ofrece un elogio de la vida que se traduce en una admiración hacia lo femenino como fuente de todo lo bueno que hay en el mundo. Sus icónicas heroínas adquieren pleno sentido en este marco semántico que se nutre por una parte del pensamiento clásico de izquierdas que siempre han exhibido y confesado Miyazaki y Takahata, y por otra –menos conocida– de la teoría panasianista formulada por el botánico Nakao Sasuke (1916–1993) y el etnólogo Sasaki Kōmei (1929–2013).

‘Mi vecino Totoro’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

En Starting Point: 1979-1996, Miyazaki reconoce la influencia de esta teoría en su juventud, lo que sin duda ayuda a entender mejor su singular visión de la cultura y la naturaleza japonesas. Ambos autores postularon la hipótesis de una antigua cultura compartida en la región de bosques de hoja perenne que se extiende del suroeste de Japón hasta Taiwán, el sur de China, Bután y el Himalaya. Características de esta cultura serían la agricultura manual, el consumo de té, mochi (pastelitos de arroz) y nattō (granos de soja fermentados), la fabricación de lacas y sedas, y una forma de vida en armonía con el medio ambiente. Un mundo bucólico, de fantasía, similar al que muestran las películas de Ghibli, y que en ocasiones se ha explicado por la inclinación del estudio por adaptar cuentos de la literatura japonesa o clásicos infantiles de la tradición europea y anglosajona.

En tercer lugar, se reconoce el sello Ghibli por la dulzura de sus trazos ligeros y colores vivos, que expresan imaginarios (personajes, paisajes y arquitecturas) de líneas suaves y blandas. El estilo gráfico, en definitiva, que singulariza y a la vez diferencia cada título, lleve la firma de sus dos fundadores o la de otros directores «invitados» como Tomomi Mochizuki, Yoshifumi Kondō, Hiroyuki Morita, Hiromasa Yonebayashi o Gorō Miyazaki (el hijo de Hayao). Aunque hoy este estilo –insisto, con las singularidades propias de cada director– nos resulta familiar, lo cierto es que en el momento de la fundación de Ghibli se alejaba tanto de las tendencias del anime contemporáneo como de la expresividad de Walt Disney.

‘Ponyo en el acantilado’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

Si hubiera que elegir un motivo vertebrador de Ghibli sería esta suerte de placidez ilustrada que traslada al público la bondad y la ternura humanas con la ayuda inestimable de la música de Joe Hisaishi, el compositor de cabecera del estudio.

Un futuro incierto

Aunque no todo es concordia en el paraíso. Del mismo modo que la naturaleza también puede ser hostil en las películas de Ghibli, la proverbial rigidez y la exigencia extrema del estudio, personificadas en Miyazaki, ha causado no pocos problemas en lo concerniente a la continuidad de la empresa. Tras la muerte de Takahata, en 2018, Miyazaki sigue siendo, a sus 83 años y tras varios retiros en falso, la cabeza visible de una casa donde solo él parece sentirse a gusto, encerrado en su taller y reacio a las entrevistas.

‘El cuento de la princesa Kaguya’ (imagen cortesía de Studio Ghibli)

Las relaciones con Gorō nunca han sido buenas, y entre sus hijos creativos, quizá el más talentoso, Yonebayashi se fue en 2017 de la compañía junto con parte del personal para incorporarse al nuevo Studio Ponoc, fundado por otro exGhibli, el productor Yoshiaki Nishimura. El músculo financiero de Nippon Television parece asegurar la viabilidad del estudio. Pero cuando falte Miyazaki, que aún podría dirigir otro film, según ha deslizado recientemente Suzuki, Ghibli tendrá que resguardarse de otros vientos.