'Spider-Man: Cruzando el Multiverso' (imagen cortesía de Sony Pictures)

Las imágenes en la era de la atención

mayo 28, 2024
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Es vergonzoso que el hombre no pueda servirse

de sus propios bienes (Política, Aristóteles)

Por Roberto Alcover Oti

Hace un tiempo, el ex jugador de fútbol Gerard Piqué comentaba el germen de una competición de fútbol 7 denominada Kings League. Piqué hacía alusión a que sus hijos eran incapaces de concentrarse más de diez minutos en un partido de fútbol tradicional, recurriendo al consumo de móviles y tablets, y que ello le había invitado a meditar sobre otros modelos de espectáculos deportivos que pudieran ser más atractivos para las nuevas generaciones. La idea de Piqué y su traslación al ámbito del deporte supone un nuevo ejemplo del momento audiovisual en el que estamos sumidos, presos del tsunami estimular propio de la conquista de lo digital y del asentamiento de las apps de móvil y de las redes sociales como mecanismos relacionales.

‘Spider-Man: Cruzando el Multiverso’ (imagen cortesía de Sony Pictures)

Volviendo a este ejemplo, las reflexiones del ex jugador del Barcelona vienen a decirnos que habitamos un presente donde comienzan a chocar, en términos generacionales, unas convenciones más tradicionales (ahí el fútbol tal y como ha sido entendido hasta ahora, aquí la construcción de las imágenes que nos representan) frente a nuevos modelos de consumo: un debate evolutivo que en el ámbito del cine quizás tuvo su primera parada con la instauración de la televisión en los hogares y posteriormente con el advenimiento de Internet, pero que ahora parece asomarse a un abismo mayor. Porque seguramente nunca como ahora puede observarse una falta de sincronía tan grande entre las imágenes que forjó el cine y la forma en que las nuevas generaciones las consumen.

Cuando en su documental La historia del cine: una nueva generación (Mark Cousins, 2021), su creador habla del slow cinema, conviene pensar como habitar esas imágenes en un mundo en el que parece no haber tiempo para poder experimentarlas. Así, vivimos un presente audiovisual que conjuga Spiderman: Cruzando el Multiverso (vvaa, 2023), un éxito en taquilla que lleva al límite nuestro sistema atencional, con Fallen Leaves (Aki Kaurismaki, 2023), cuyo poética parsimonia nos recuerda que el mundo también puede ser un sitio en el que poder parar.

Un presente que por un lado otorga en Cannes un premio a las tres horas de El árbol de las mariposas doradas (Pham Thien An, 2023), y por otro, pretende asimilar la saturación de ruido, imágenes, sonidos y micropagos de videojuegos como Fall Guys o Fortnite. Y también un mundo que se refleja en We’re All Going to the World’s Fair (Jane Schoenbrun, 2021), donde un grupo de personas solitarias deambulan cada noche durante horas por eternos bucles de videos en Youtube, intentando dotar a su vida de un sentido mejor. Sentido que se construye encadenando imágenes en multitud de formatos, a diferentes velocidades que, como en A Glitch in the Matrix (Rodney Ascher, 2021), nos conducen a otra idea de trascendencia.

Hace escasas fechas, Elena Neira comentaba en un artículo que “los hábitos de visionado han dejado de tener la inercia de antaño, que hacía que los hijos heredasen los hábitos de sus padres. La aceleración de la innovación está ampliando la brecha entre generaciones” y cita un estudio que recoge que alrededor de un 60% de la generación Z (recordemos, aquella generación nacida entre mediados de la década de los 90 y la década de 2010) prefiere el contenido generado por el usuario que encuentra en redes sociales. Neira hace referencia a como las plataformas de streaming están compitiendo por conseguir que su producto pueda ser atractivo para estas generaciones: “La estrategia a largo plazo para lograr el éxito probablemente implicará reinventar el medio para que sea más personalizado, con la posibilidad de hacer compras y más social. Los proveedores también necesitarán ampliar su alcance más allá de la televisión y las películas para llegar a audiencias modernas y hacer que su propiedad intelectual funcione en redes sociales y videojuegos”.

‘El árbol de las mariposas doradas’ (Filmin)

En este sentido, estos nuevos modelos audiovisuales pretenden conseguir el bien más preciado: la atención de los usuarios. Y lo hace a través de estrategias que buscan secuestrar al espectador, conduciéndolo a un mundo en el que la estimulación sea tan continuada que no permita espacio para la reflexión. En su libro Clics contra la humanidad James Williams reflexiona sobre la posibilidad de que la tecnología ya no nos ayude a ser mejores, sino que nos aleje de su nuestra mejor versión. Como expresaba el propio autor, “a largo plazo, pueden llegar a impedirnos vivir las vidas que queremos vivir y, lo que es peor, minar facultades fundamentales como la reflexión o el autocontrol, dificultándonos aún más la tarea de “querer lo que queremos querer”. Williams hace hincapié en esta reflexión al ser testigo (trabajó para Google durante más de diez años) como las grandes empresas tecnológicas conducen al individuo hacia lugares que nos convierten en esclavos de un deseo artificial. Y destaca que todos estos nuevos procesos construyen un entorno en el que los productos y servicios digitales compiten sin descanso para captar y explotar la atención del consumidor: “en la economía de la atención, se trata de conseguir que el máximo número de personas le dediquen tanto tiempo y atención como sea posible al producto o servicio que uno se ha propuesto vender”.

La saturación de estimulación a través del exceso de contenidos (la continua exposición, por ejemplo, a notificaciones en nuestros dispositivos tecnológicos) termina por anular nuestra capacidad para procesar dicha información, convirtiéndonos en usuarios pasivos, en meros consumidores, y también en individuos sin capacidad para discriminar adecuadamente entre todo ese océano de contenidos. El proceso por el cual terminamos zarandeados por estos mecanismos ha sido desarrollado de forma acertada por el escritor y periodista Johann Hari en El valor de la atención, que narra en primera persona las dificultades vividas (físicas y psicológicas) ante la progresiva sobreexposición a los entornos digitales. Hari, que hace varios años publicó uno de los libros más interesantes sobre el mundo de las adicciones a sustancias (Tras el grito), construye un relato, a ratos algo naif, sobre la dificultad para erigirse como sujeto autónomo, ajeno al ruido digital, y reconectar con la pausa y con la reflexión.

El videojuego ‘Fall Guys’, un party royale gratuito desarrollado por Mediatonic y en el que pueden participar hasta 40 jugadores

El proceso que relata Hari nos lleva a aquello que destacó Herbert A. Simon en la década de los setenta: “en un mundo rico en información, el superávit informativo deriva en una carencia de otro tipo, en una escasez de aquello que la información consume. Y lo que la información consume es bastante obvio: consume la atención de sus receptores. Así pues, la riqueza informativa provoca una carestía atencional y obliga a repartir eficientemente esa atención finita entre la infinidad de recursos informativos capaces de consumirla”. Y como nuestra capacidad atencional es finita, somos biológicamente incapaces de procesar una cantidad de estímulos que se sitúan muy por encima de nuestro umbral. Ello conlleva la pérdida de la atención, no solamente como una forma de procesar la información, sino como escribe George Franck, como la pérdida de “la esencia del ser consciente”.

El resultado más relevante de esta tendencia, agravada en el contexto actual, es la erosión y anulación de nuestra capacidad para reflexionar, para “leer” aquello que estamos consumiendo y darle otro sentido. Volviendo a Williams, cuando las tecnologías de la atención inhiben nuestra capacidad para la reflexión, estamos abocados a ser meros instrumentos de los demás. Porque la reflexión es la forma que tenemos de “dirigir la atención a nuestra propia actividad mental, a fin de cuestionar nuestras creencias y nuestros motivos”.

Toda esta tendencia desarrollada previamente está teniendo un impacto relevante en la construcción de las imágenes. Porque, ¿qué ocurre cuando lo que se propone vender son, precisamente, imágenes? En 2022 se estrenaba en Netflix El agente invisible (Anthony y Joe Russo), una superproducción cifrada en 200 millones de dólares de la que era imposible resaltar un solo plano.

‘El agente invisible’ (imagen cortesía de Netflix)

Si en su momento el espectador de cine se enfrentaba al espectador de televisión señalando las carencias de estos últimos, en 2024 la batalla incorpora al cine de plataformas, al streaming, una modalidad que pretende erigir imágenes para ser disfrutadas en toda clase de dispositivos. Imágenes más planas, diseñadas para ser consumidas a velocidad de 1.5x y así poder ser empalmadas con la siguiente. Imágenes intercambiables que luchan por seducir la atención del espectador. Imágenes que, unidas al asentamiento de la IA, dibujan un panorama desconocido para el futuro. Un panorama en el que quizás términos como montaje o puesta en escena, deberán ser reformulados tal y como los hemos conocido.

En su libro Superficiales. Que está haciendo Internet con nuestras mentes el escritor Nicholas Carr relata como a lo largo de la Historia los avances tecnológicos han ido sustituyendo capacidades desarrolladas por el ser humano. Carr detalla como la aparición de los libros o de los mapas implicaron pérdidas en nuestra capacidad memorística y/o de orientación, a la par que advierte de las carencias que los entornos digitales pueden provocar en nuestro sistema atencional.

Carr explica como nuestro cerebro es un órgano ávido de estímulos, con una gran capacidad para cifrar su atención en múltiples espacios, y que el mundo digital, con su continuo despliegue de novedades, supone una golosina para ello. Y aunque huyamos de reflexiones apocalípticas, este es el mundo al que nos estamos viendo abocados, con todas las ganancias y las pérdidas que ello implica.

’78/52′, el documental sobre la escena de la ducha de ‘Psicosis’

En 2017 se estrenaba el 78/52 (Alexandre O. Philippe), un documental centrado en la minuciosa descripción y análisis de la secuencia del asesinato en la ducha de la obra maestra de Alfred Hitchcock, Psicosis (1960). Así, lo que en un principio parecía deslizarse hacia la interpretación sociocultural de la obra de Hitchcock a través de múltiples entrevistas, termina concentrándose con todo lujo de detalles en todos los aspectos -montaje, elección de planos, uso del sonido, detalles escenográficos- de dicha secuencia, con una intención fetichista pero también pedagógica.

En un universo colapsado por imágenes intercambiables, 78/52 se centra en el análisis de 78 segundos y 52 planos. En un contexto donde la cantidad parece imponerse, 78/52 apela a cuidar nuestra mirada, señalando que toda imagen merece un sentido, un cuidado.