Se acaba un primer fin de semana que ha conseguido rebelarse contra las predicciones de lluvia y nos ha permitido disfrutar del inusual cielo azul donostiarra hasta la noche del domingo, en la que a más de uno nos ha pillado por sorpresa un buen chaparrón. Dos jornadas que han girado en torno al tema de la familia, con un perturbador retrato de la maternidad, un relato de ausencias compartidas y un reencuentro atravesado por el dolor y la pérdida. Por Belit Lago
Paula Ortiz llega por primera vez al SSIFF para presentar su versión sobre el caso Hildegart en la Sección Oficial, aunque fuera de concurso. Esta historia real, la de una madre que asesinó a su hija por miedo a que esta se desviara del camino que ella misma le había trazado, rebosa morbo por todos lados. La directora de La novia (2015) teje una pieza sobria y visualmente hipnótica que engrandece la fascinación del acontecimiento que relata.
Aurora es la madre castradora de la niña prodigio de la Segunda República española: una Alba Planas que empieza a la sombra de la siempre impecable (e implacable) Najwa Nimri, pero que va ocupando su espacio a medida que entrevemos los recovecos de este perturbador relato. Sutil pero incisiva, La virgen roja permanece tanto en el imaginario del espectador como en su pupila, gracias a una estética cuidada al milímetro y la capacidad de sorprender aún contando con un guion ya conocido por buena parte del público.
Tras un prólogo acelerado donde la niña crece ahogada por unas normas de rigidez inquebrantable, la criada Macarena (Aixa Villagrán) aparece como modelo de humanidad y amor genuino, generando una relación con la joven similar a la de Julieta con su nodriza en la icónica y tantas veces reinterpretada tragedia shakespeariana. Aurora, sin embargo, se erige como una especie de viuda negra cuyo objetivo es utilizar la inteligencia de su hija para conseguir la liberación de la mujer. Lo que olvida, sin embargo, es a predicar con el ejemplo.
En 2020, Pilar Palomero se estrenaba en el largometraje por todo lo alto: Las niñas arrasó, no solo en los Goya, sino también en los Gaudí, los Feroz y el Festival de Málaga. Dos años más tarde, Carla Quílez compartía con Paul Kircher (Dialogando con la vida, Christophe Honoré, 2022) el galardón a mejor protagonista en San Sebastián, reconocimiento a su debut como actriz en La maternal. En su última película, la cineasta maña vuelve a contar con talento inédito, esta vez el de la valenciana Marina Guerola, que comparte con Patricia López Arnaiz en Los destellos la dura tarea de cuidar de un ser querido durante sus últimos días.
Isa antepone el bienestar de su hija al suyo cuando su ex pareja Ramón (Antonio de la Torre) cae gravemente enfermo. En un dilema interno que vertebra la primera mitad del film, sugiriendo, quizás, un oscuro pasado compartido, la madre de Madalen, que se encuentra en uno de los mejores momentos de su vida (su proyecto de construir una casa rural la tiene especialmente ilusionada), aprenderá a acompañar a la joven en la inminente muerte del padre.
Dividiendo la trama en dos espacios diferenciados —la ciudad y el campo—, Palomero describe el mundo interior de Isabel. Lo rural como lugar de descanso y desconexión, significando, también, un futuro por delante junto a Nacho (Julián López), su actual pareja; y la urbe como metáfora del malestar que le produce visitar a Ramón, cuyo antiguo piso parece estar descomponiéndose junto a él.
Resulta interesante el uso del silencio en algunas secuencias como tiempo de reflexión, en un trabajo naturalista en el que lo más relevante recae en cómo se abrazan, literal y metafóricamente, dos personajes —la madre y la hija—, que si bien empiezan afrontando la pérdida de formas distintas, acaban apoyándose mutuamente a través de la empatía y los cuidados.
Las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, que ya presentaron La novia del desierto en Horizontes Latinos en 2017, vuelven al Zinemaldia con su segundo proyecto juntas. La llegada del hijo, una tragedia familiar con toques de thriller. forma parte de New Directors, sección que promueve el descubrimiento de nuevas voces.
Después de pasar cuatro años encerrado, el abrazo entre Alan y su madre, que lo recoge a la salida de la cárcel, parece revelar ciertos problemas maternofiliales no resueltos. Gracias a un solapamiento entre el presente y el pasado, que adivinamos tanto por el aspecto del chico como por la situación del sofá de la casa familiar, vamos captando de donde nacen tanta tensión y rechazo, aunque más pronto que tarde nos daremos cuenta de la naturaleza del abismo que los separa.
Y esto, lejos de distanciarnos de la trama, consigue despertar un interés que nos acerca al sufrimiento de una persona que se enfrenta a dos mundos: el dolor personal y la necesidad de saber la verdad.
Pivato y Atán encuentran en Maricel Álvarez (Biutiful, González Iñárritu, 2010) la aliada perfecta: la actriz bonaerense realiza un trabajo excepcional en su papel de Sofía, retrato de una mujer partida en dos que representa con acierto emociones tan primarias como el duelo, la soledad o el amor. Una madre a quien le tocará reivindicar la existencia de su naturaleza humana, quizás por encima de la supuesta incondicionalidad materna.
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Puedes leer la primera crónica en SSIFF, con los textos sobre ‘Soy Nevenka’, ‘Emilia Pérez’ y ‘The Substance’ aquí.
