'Bitelchús Bitelchús' (Warner Bros.)

Crítica ‘Bitelchús Bitelchús’: Burton Redux

septiembre 10, 2024
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Tras muchas iteraciones, y unos cuantos arranques en falso, por fin Tim Burton ha podido llevar adelante una muy tardía secuela de Bitelchús en la que vuelve a demostrar que se ha convertido en el mejor imitador de sí mismo que tiene Hollywood. Por Tonio L. Alarcón

‘Bitelchús Bitelchús’ (Warner Bros.)

En el momento en que Tim Burton se dejó ver dentro del panorama cinematográfico estadounidense, con obras como Vincent (1982) o la primera versión de Frankenweenie (1984), supuso una bocanada de aire fresco porque traía consigo una sensibilidad gótica, tenebrosa, filtrada por un sentido del humor juguetón y un tanto infantil.

Eso fue lo que convenció a Paul Reubens de que era el director perfecto para La gran aventura de Pee-Wee (1985), e hizo que se le considerara la persona adecuada para equilibrar el extraño tono del guión original de Michael McDowell y Larry Wilson para Bitelchús (1988).

Sin embargo, a medida que ha ido asentándose profesionalmente en la industria de Hollywood, y su (aparente) carácter sombrío y solitario ha ido diluyéndose a golpe de romance con actrices cada vez más rutilantes, el cine de Burton también se ha hecho más adocenado y más forzado, atrapado entre una inquietud por evolucionar y las exigencias estéticas del universo que creó con la ayuda de colaboradores como el diseñador de producción Bo Welch.

‘Bitelchús Bitelchús’ (Warner Bros.)

Tras unos años de notorios tumbos creativos, siempre basculando entre el distanciamiento y la fidelidad hacia sus obras primigenias, el director parece haber (re)encontrado el favor del público con la celebrada serie Miércoles (2022-), en la que proponía una relectura (matizada por la estructura a lo Smallville (2001-2017) aportada por Alfred Gough y Miles Millar) de la Familia Addams que había firmado un creador tan burtoniano como Barry Sonnenfeld.

Si no era evidente que un proyecto con una gestación tan dificultosa como Bitelchús Bitelchús (2024), que lleva dando vueltas desde finales de los 80, ha logrado llevarse adelante precisamente a raíz del éxito popular de la mencionada serie de Netflix, hay algo que lo que aclara de forma definitiva: la presencia en el reparto de su protagonista principal, Jenna Ortega. Lo que pone sobre la mesa que, lo que Burton ha perdido en cuanto a personalidad visual, lo ha ganado en perspicacia industrial.

De la misma manera, no creo casual que el californiano haya decidido recuperar su estética más pura en Bitelchús Bitelchús justo cuando su exposición Tim Burton’s Labyrinth le ha llevado a redescubrir y a reconectar con algunas de las principales influencias estéticas de su primer cine, como el expresionismo alemán, el terror de la Universal de los años 30 o 40, o, ya en obras posteriores como Sleepy Hollow (1999), Hammer Films y el fantástico italiano (de forma más específica, los largometrajes más góticos de Mario Bava).

El propio director ha manifestado que, con su nuevo largometraje, ha intentado mirar hacia atrás de forma consciente, de la misma manera que saltan a la vista sus esfuerzos por reivindicar su propio imaginario (no es casual que Welch haya ejercido de consultor visual del proyecto, pese a que el diseño de producción haya recaído en manos de Mark Scruton) como forma de recuperar el crédito artístico perdido por culpa de la disolución de su identidad visual.

En todo caso, no es factible que Burton conecte con el pulso que caracterizaba a Bitelchús: cerca de cuatro décadas más tarde, no hay rastro del descaro, de la espontaneidad, con la que el director regurgitaba esa visión crítica de las middletowns estadounidenses que había desarrollado en Frankenweenie (y reutilizaría en gran parte de su cine) mezclándola con esa otredad cartoonesca del Más Allá, tan deudora de Tex Avery como de El gabinete del Doctor Caligari (1920).

‘Bitelchús Bitelchús’ (Warner Bros.)

Como era de esperar, es en esa visión del mundo de los fantasmas donde se concentra lo más interesante de Bitelchús Bitelchús, pues, incluso siendo una (auto)emulación que se aprovecha de los hallazgos de su antecesora, al menos transmite una cierta sensación de ímpetu por parte de su director a la hora de crear imágenes y gags de una mínima originalidad. De las secuencias ambientadas en la realidad, más allá de cierto afán emulativo, cabe apuntar que el director de fotografía Haris Zambarloukos (habitual, por cierto, del último Kenneth Branagh) no logra trascender la vulgar estética Netflix que David Lanzenberg imprimió a la auténtica guía visual del filme, la ya mencionada serie Miércoles.

Sin duda, lo más destacable de Bitelchús Bitelchús está en la reivindicación actoral de intérpretes tan dotados para la comedia como Michael Keaton, Winona Ryder, Catherine O’Hara y Willem Dafoe. Son ellos los que, utilizando a Jenna Ortega como una especie de payaso carablanca en el que hace rebotar toda su caótica comicidad, se echan el proyecto sobre sus espaldas y logran sostener la tramoya de un guión que, como ocurría con el de Sombras tenebrosas (2012), también peca de sus dificultades para hilvanar toda una sucesión de secuencias inconexas. Habiendo estado implicado Seth Grahame-Smith en ambos, no creo casual que la Angelique Bouchard (Eva Green) de aquel filme tenga aquí una relectura, pasada por el tamiz estético de la Sally de Pesadilla antes de Navidad (1993), en forma de la baviana Delores (Monica Bellucci).