Abrir los ojos: algunos apuntes sobre el cine español de 2023

febrero 9, 2024
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El cine español cada vez es más difícil de encasillar o definir en un artículo que hable sobre el cine español. El cine español se escapa de poder compartimentarlo, clasificarlo, meter en un archivador o un cajón donde poner una pegatina que ponga ‘Cine español’. El cine español es mucho más cine y menos español que hace unos años y eso viendo el nivel de siempre no puede dejar de ser positivo.   Por Lolo Ortega

Upon Entry

Y no porque el cineasta español sea ‘malo’ sino porque el contexto histórico, industrial y social distó bastante de ser ‘bueno’. Y con eso ni Berlanga, Buñuel, Erice, Neville, Florián Rey, Borau, Drove, Perojo, Saura, Zulueta, Mariscal, Fesser, Diamante, Cavestany, García del Val, Val del Omar, Olea, Simón, Portabella o Almodóvar pueden hacer poco más que grandes películas, pero poco que defina y sublime un corpus y una voz en común.

El 2023 se fue con películas libres y con espectadores atrapados en una incómoda zona de confort: la del sofá, la de la de peli que ya vieron antes y con títulos que se confunden los unos con los otros.

Aunque la más taquillera haya sido una dirigida por uno de los autores que nombraba más arriba (Campeonex de Javier Fesser), acercarse al cine a veces es asomarse al abismo y no saber si vas a volver o si el cine se va a estrellar y vas a tener que comerte a tus compañeros de butaca. Bromas aparte, números y euros a un lado y palomitas mejor que menisco de cinéfilo, ha sido un año lleno de propuestas interesantes, miradas diferentes y película de género realizadas con solvencia, determinación y personalidad. Flores que aparecen en algún cine perdido, en las plataformas, en festivales o en el tweet de algún amigo o conocido, y que forman un poco el mapa mental de un año que, tal vez, será más recordado por las series.

Porque ya sabemos que fue el año de la sorprendente La mesías, la magnífica Poquita fe, la interesante El otro lado, la más que digna Memento Mori, la exitosa El cuerpo en llamas, la edificante Selftape o la chanante Pobre diablo, pero también fue el año en el que Bayona confirmaba a nivel mundial que su talento es universal y que podría luchar incluso por el Óscar categoría A, si no fuera por haber caído en un año francamente complicado.

La sociedad de la nieve es una película sin parangón en la historia de nuestro país, abrumadora y excesiva, donde Bayona nuevamente vuelve a agarrarse fuerte a la desolación de lo catastrófico, para hablar de la belleza de lo esencialmente humano. Estrenada casi al final del año y con la posibilidad de verla día después en Netflix, la película sigue sumando espectadores mientras escribo estas líneas.

Otra película que ha triunfado este año, si seguimos la estela de los premios y las nominaciones (15 a los Goya, superando a las 13 de La sociedad de la nieve), es 20.000 especies de abejas de Estíbaliz Urresola Solaguren, un tierno pero duro acercamiento a la infancia trans y que se ha convertido en un fenómeno cinematográfico y social en este 2023. Aunque se ve perjudicada por cierto didactismo forzado y voluntarista, la película brilla por su simbiosis entre lo ético y lo estético, sobre todo en la parte donde los niños toman el mando y la totalidad de la pantalla.

Creatura

Brillaron con luz propia otras películas de ‘autor/a’ como Creatura, la segunda película de Elena Martín tras la interesante Julia Ist, donde vuelve a ponerse detrás y delante de la pantalla para regalarnos una obra libre, sensorial y valiente sobre el deseo sexual, La imatge permanent de Laura Ferrés, sorprendente ópera prima cargada de sensibilidad, libertad y humor soterrado que la sublima o el muy esperado regreso de Víctor Erice, que nos concedió el deseo de una cuarta película con Cerrar los ojos, un ajuste de cuentas con su propia carrera y sus proyectos inacabados, desde una mirada tan audaz y brillante como cansada.

Y como no solo de cine elevado vive el ser humano, en España hemos aprovechado que llevamos muchos años (tal vez por la influencia del éxito de alguna de nuestras series) cultivando el género con la misma pasión y eficacia (y con el mismo nivel de carga autoral) con el que enviamos reflexiones sesudas y/o contemplativas a festivales. Por eso si queremos hablar de compromiso social, tal vez una película de acción ha sido la más efectiva a la hora de plantar ese compromiso delante de nuestras acomodaticias narices.

Asedio de Miguel Ángel Vives es una película que rezuma Carpenter pero con las tesis políticas de un Ken Loach del extrarradio de Madrid. Frenética, insobornable y trepidante, nos hizo poner la mirada sobre alguno de los temas de actualidad en un país en el que hemos esquivado por muy poco a la ultraderecha. Otro thriller a reivindicar es La desconocida de Pablo Maqueda, un ejercicio de funambulismo narrativo (aunque se desequilibre en demasiadas ocasiones) basada en la obra teatral de Paco Bezerra, que nos permitió disfrutar del talentoso duelo interpretativo entre Manolo Solo y Laia Manzanares. También me pareció muy interesante dentro de sus hechuras de thriller canónico formulario Verano en rojo de Belén Macías, una complicada trama muy bien construida donde la impunidad de la iglesia en sus devaneos con la pederastia quedan a la luz y con la ventana abierta. Un ejemplo de lo que podría ser el cine comercial español si la gente fuera a verlo al cine.

Aunque la reina de la taquilla ha sido la comedia no ha sido un año demasiado boyante en este aspecto. Campeonex de Javier Fesser cumplió con solvencia con sus objetivos, pero no llegó a alcanzar la magnífica combinación de hacernos reír y de hacernos pensar que conseguía la primera. Santiago Segura volvió a reinar con productos ultralimitados en lo artístico y De perdidos a Río de Joaquín Mazón, director de la interesante La vida padre, naufragó por un guion deslavazado y una puesta en escena caótica, por nombrar a dos éxitos de taquilla.

Asedio

Las que aportaron algo de chicha y de reflexión desde lo aparentemente liviano fueron en mi opinión Bajo terapia, interesante ejercicio cuasi teatral del Gerardo Herrero más acerado y Me he hecho viral, una comedia menor y singular del interesante Jorge Coira. También destacaría dos películas que tal vez no sean comedias pero que parten de ella desde el fondo o la forma.

La primera, Saben aquell de David Trueba, exhaustivo biopic sobre Eugenio y Conchita Alcaide que destaca por su decisión de partir desde la construcción del humor y la recreación de la época para contar una historia de amor que te deja temblando con su hermoso final. Y hablando de la forma aparentemente cómica y de la recreación de una época (cambiando Barcelona por Sevilla en este caso) también es muy destacable la colorista en unos años de mentalidad oscura Te estoy amando locamente de Alejandro Marín, una vitalista mirada sobre movimientos sociales y libertad sexual en la Andalucía de los primeros años de la transición.

También fue un año productivo en el mundo de la animación. Además de la taquillera Momias de Juan Jesús García Galocha, este año fue el de Pablo Berger y Robot Dreams, una excelente adaptación de la novela gráfica de Sara Varon que está triunfando tanto aquí como en el resto del mundo. Sin diálogos, pero con una carga de profundidad absoluta y universal, Berger nos hace emocionar y reflexionar sobre la amistad, su nacimiento y su fragilidad a través de la relación entre un perro y un robot.

Pequeñas joyas como Upon Entry de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vázquez, Sobre todo de noche de Víctor Iriarte o Chinas de Arantxa Echevarría redondean un año donde, ya más que encasillar, lo que tenemos que hacer es liberar y dejar que esa libertad siga dando frutos tan heterogéneos como nutritivos.