'Casa en llamas' (VerCine)

Crítica ‘Casa en llamas’: Problemas de primer mundo

julio 15, 2024
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Aunque, tras el díptico Barcelona, noche de verano y Barcelona, noche de invierno, la carrera de Dani de la Orden se había volcado en la dirección de comedias más o menos intrascendentes, en Casa en llamas recupera una cierta intención autoral. Por Tonio L. Alarcón

‘Casa en llamas’ (VerCine)

No me parece casual que prácticamente se hayan encadenado en cartelera dos películas con un punto de partida tan similar como La casa (2024) y Casa en llamas (2024), con un grupo familiar desestructurado reuniéndose para plantear la venta de una segunda residencia, y produciéndose una cierta catarsis durante el proceso.

Aunque no fuera la intención de sus respectivos directores, Álex Montoya y Dani de la Orden, esa coincidencia entre ambos proyectos apunta hacia una cierta inquietud por reflejar el proceso de derrumbamiento de esa sociedad del bienestar que las anteriores generaciones creían haber cimentado. Una tramoya que se está cayendo a pedazos bajo los pies de unos hijos y nietos que, cada vez más, ven la institución familiar como un constructo complejo y, a veces, ingrato.

Lo cual no significa, ni mucho menos, que ambos proyectos sean semejantes. Los personajes de la adaptación que Montoya firmó de la novela gráfica homónima de Paco Roca son, como en aquella, pura clase media. Lo que lleva a que sus conflictos y desencuentros estén enfocados desde la empatía y el cariño hacia unas figuras que, pese a su imperfección, están cargadas de humanidad.

‘Casa en llamas’ (VerCine)

Muy diferente es lo que De la Orden ha escrito, junto a su habitual Eduard Sola, para Casa en llamas. Y es que han escogido centrarse en una familia burguesa catalana para desarrollar un retrato, en realidad, profundamente satírico de dicho estrato socioeconómico, utilizando un deje muy alleniano (al menos, cuando Allen se intentaba aproximar a Bergman sin dejar el sentido del humor por el camino) a la hora de desballestar sus respectivas neurosis… O lo que es lo mismo, problemas de primer mundo.

El largometraje se lanza a pedirle al espectador algo notablemente atrevido: identificarse con una serie de personajes egoístas, marrulleros e irritantes. No en vano, el trazado argumental de Casa en llamas va revelando, a lo largo del metraje, toda una serie de miserias que marca sus respectivas relaciones desde el prisma de la manipulación y la mentira. Hay, pues, poco, por no decir ningún, margen para su redención.

Así que, para sostener el vínculo emocional del espectador, resulta fundamental la labor de un grupo de intérpretes extraordinarios, encabezados por una felizmente recuperada Emma Vilarasau. La veterana actriz, que llevaba desde La fosa (2014) sin hacer cine, exhibe aquí su capacidad para sostener los secretos y las ambigüedades de su personaje sencillamente a través de su mirada y de sus gestos, mucho antes de que se expongan a través de los diálogos.

Consciente de ello, De la Orden prima, a nivel de puesta en escena, el desarrollo de los actores dentro del plano. En busca de ofrecerles cierta comodidad a la hora de trabajar sus abundantes diálogos, el director ha optado por rodarlos con cierto estatismo y, como es habitual en su cine, mediante varias cámaras simultáneas para no romper la concentración creada en cada toma. Esa preeminencia del texto (lo que no significa que no haya cierta dosis de improvisación, como se intuye en alguna secuencia) dota a la película de una cierta energía teatral. De hecho, aunque resulta evidente que el director huye de la sensación de huis clos (es decir, de localización única, sin salida para los protagonistas) llevando la trama a numerosas localizaciones exteriores, la realidad es que la mayor parte de las dinámicas relacionales avanzan de forma exclusiva dentro de la residencia familiar.

‘Casa en llamas’ (VerCine)

De la Orden no ha sido nunca un director particularmente dotado para la narración visual, pero, en el ya mencionado respeto hacia la labor de sus intérpretes, ha concebido Casa en llamas casi a base de planos medios. Resulta evidente el esfuerzo del director de fotografía, Pepe Gay de Liébana, por elevar el conjunto sacándole el máximo partido a la fotogenia de Cadaqués y Canet de Mar. Pero eso no basta para compensar la falta de ideas de una puesta en escena que, a la hora de la verdad, se limita a ilustrar lo que dicen y hacen los personajes. Una cosa es confiar en la labor de los actores para transmitir la complejidad de los protagonistas, y otra no aprovechar la planificación para añadir capas adicionales de sentido a lo que estamos viendo en pantalla.

Quizás por ello, uno de los mejores momentos a nivel dramático de la película sea su secuencia final. Sin ánimo de descubrir lo que en ella ocurre, ahí al menos se describe simplemente con una imagen (y su contraplano) lo que todo el largometraje nos ha estado intentar transmitir sobre la crisis de la institución familiar.