'Deadpool y Lobezno' ( Marvel Studios / Disney)

Crítica ‘Deadpool y Lobezno’: Dos súper dos

julio 29, 2024
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Marvel Studios anda necesitada de éxitos que borren las mediocres recaudaciones de algunas de sus últimas propuestas, y Deadpool y Lobezno está pensada para apelar directamente al corazoncito de los fans de las películas de superhéroes. Por Tonio L. Alarcón

‘Deadpool y Lobezno’ (Marvel Studios / Disney)

Antes de diluirse en productos mucho más acomodaticios, Peter Farrelly nos legó un golpe de genio en forma de sketch de la muy irregular Movie 43 (2013). Un gag que exigía al que era una de sus estrellas principales, Hugh Jackman, que dejara a un lado su sentido del ridículo para presentarse en pantalla con unos testículos prostéticos colgándole de la barbilla. Pocas pruebas más fehacientes de la capacidad del actor para reírse de sí mismo, pero, sobre todo, de una vis cómica a prueba de balas. Unas características que diría que la industria cinematográfica no ha sabido aprovechar de forma adecuada: a la hora de adscribirle al género, en general se ha optado por algunas romcoms que han explotado más su imagen de galán que su talento en bruto para el humor.

Seguramente ahí, junto a los emolumentos que le haya garantizado Marvel Studios, esté la clave de que Jackman haya decidido volver a ponerse en la piel de Lobezno tras haber enterrado al personaje en la celebrada Logan (2017).

El movimiento recuerda a Sean Connery volviendo de forma tardía a encarnar a James Bond en Nunca digas nunca jamás (1983), especialmente porque Deadpool y Lobezno (2024) también lanza una mirada irónica sobre esa figura icónica recuperada. Después de todo, esta tercera entrega de la franquicia Deadpool se aleja de las anteriores apariciones cinematográficas del héroe mutante por excelencia gracias al tono paródico y metanarrativo que acostumbra a caracterizar al personaje creado por Fabian Nicieza y Rob Liefeld. Lo que convierte al largometraje casi en una tesis audiovisual, por supuesto no buscada y en clave abiertamente humorística, sobre la centralidad de la figura de Jackman no sólo para la franquicia cinematográfica mutante, sino, en general, para el desarrollo del género superheroico tal y como lo conocemos.

De hecho, es la expectativa de los fans de volver a ver al australiano defendiendo a su personaje más popular (de ahí la inclusión de innumerables guiños a los cómics, empezando por el traje, homenaje al original diseñado por John Romita Sr.) lo que sostiene este capítulo desfondado, carente de ideas, de una serie que ya empezaba a dar signos de cansancio en Deadpool 2 (2018).

‘Deadpool y Lobezno’ (Marvel Studios / Disney)

A medida que Ryan Reynolds ha exigido un mayor control creativo sobre el producto (y, por lo tanto, ha contado con cineastas más dóciles y maleables que Tim Miller), se ha ido perdiendo la inquietud inicial de la franquicia por romper las estructuras narrativas convencionales, compensando la vulgaridad de su trazado argumental a través de la acumulación de gags verbales cargados de incorrección política y los estallidos de violencia extrema.

Lo que, en Deadpool y Lobezno, deriva en un relato particularmente deslavazado, que tiene auténticos problemas para hilar de forma coherente la cascada de cameos, en algunos casos para muy cafeteros, con los que los responsables del filme juegan la carta del fan service superheroico.

Reynolds aseguraba que la asimilación del catálogo de Fox por parte de Disney no domesticaría la franquicia Deadpool, y su secuencia de créditos iniciales, con su personaje empleando determinado cadáver como arma arrojadiza contra un grupo de soldados, se esfuerza en apuntar hacia ello. Pero, como casi siempre ocurre en la industria de Hollywood, no es más que un truco de prestidigitación.

No en vano, la (supuesta) provocación de las anteriores entregas de la serie no iba más allá de la pulla adolescente: en realidad, carecían de auténtica mordiente y la más mínima ambición de deconstruir de verdad el relato superheroico.

‘Deadpool y Lobezno’ (Marvel Studios / Disney)

Pero es que Deadpool y Lobezno da un paso más allá. Y es que, en su esfuerzo por integrar a Masacre dentro del MCU y, por lo tanto, en la macronarración superheroica supervisada por Kevin Feige, se lleva por delante la mayor parte del universo propio creado en los dos primeros largometrajes. A cambio, apuesta por la vulgarización de enmarcarlo dentro del concepto de los multiversos desarrollado en la serie Loki (y hacia donde, parece ser, se dirigen tanto Avengers: The Kang Dynasty como Avengers: Secret Wars), convirtiéndolo en una pieza más de merchandising para Marvel Studios.

Más allá de la acumulación de gags, lo más subversivo de Deadpool y Lobezno es que, pese a que Reynolds esté al frente del reparto y sea quien hace avanzar la trama, haya permitido que su figura se diluya a lo largo del largometraje para permitir que Jackman acabe convirtiéndose en el centro dramático del relato. Cierto es que entre ambos se genera una dinámica de payaso carablanco y augusto que apela directamente a la que establecía con Cable (Josh Brolin) en Deadpool 2, y que desemboca en una especie de versión gore de las peleas de tartazos. Pero el carácter existencialista que adquirió Logan durante la etapa como guionista mutante de Chris Claremont (y que refuerza la excelencia interpretativa del actor australiano) provoca que sus conflictos internos, por mucho que apenas estén esbozados, resulten infinitamente más interesantes que los de Wade Wilson.