Ti West cierra la trilogía X con una ácida radiografía del Hollywood de los ochenta capitaneada por la final girl de la temporada, una icónica Mia Goth que da rienda suelta a su lado más salvaje. Por Belit Lago
En 2022, el director de La casa del diablo (2009) por fin ocupaba el espacio mediático que llevaba más de una década labrándose. Todo el mundo hablaba de X, primera entrega de una saga que infló las expectativas de todos aquellos que acudimos a las salas para disfrutar de este slasher setentero protagonizado por la misteriosa compañera de Dakota Johnson en el espléndido remake de Suspiria (Luca Guadagnino, 2019).
Cual hechizo satánico, aquella aglomeración de pecas alrededor de su ojo derecho nos dejó a todos fascinados. Mia Goth no solo interpreta a Maxine en la primera y la última parte, sino que también se mete en la piel de una joven Pearl —la terrorífica abuela de X— en su segunda entrega, realizando un trabajo apabullante que provocó el aplauso tanto del público como de la crítica.
Con MaXXXine, presentada en la pasada edición del Atlàntida Mallorca Film Fest, la protagonista de La cura del bienestar (Gore Verbinski, 2016) supera sus distinguidos trabajos anteriores con West y construye un indómito personaje a la altura del despliegue cinematográfico de este deslumbrante colofón. En 1985, seis años después de la múltiple matanza que ocurría en X, su única superviviente, conocida en el mundo de la pornografía, está a punto de dar el salto al cine de masas gracias a la secuela de una película de terror.
Si el amor por el género resulta evidente a lo largo de toda su filmografía, aquí, el director de The Sacrament (2013) elabora un discurso alrededor del horror, salpicado de irónica nostalgia, que conecta con el fan más genuino. Por no hablar de la manifiesta admiración por la estética ochentera: sus filtros azulados y una banda sonora incesable impregnan un metraje sensual y artificioso al más puro estilo Showgirls (Paul Verhoeven, 1995), convirtiendo el visionado en una fiesta adrenalínica que nos muestra los trapos sucios de la industria californiana, un lugar hostil donde todo el mundo lucha por un mismo objetivo.
La oportunidad de hacerse famosa protagonizando una película mediocre parece inviable; sin embargo, nada es imposible para nuestra protagonista, a quien su padre, tal y como vemos en esas primeras imágenes en blanco y negro, le enseñó la lección que la llevaría al estrellato. Una pequeña y dócil Maxine Miller —que cambiará su apellido por el artístico Minx— repite junto a su progenitor el mantra de la victoria: “No aceptaré una vida que no merezco”.
Un principio alrededor del cual se construye la personalidad de esta implacable joven, dispuesta a todo para triunfar. El ambiente competitivo recuerda a la metafórica cinta de Nicolas Winding Refn The Neon Demon (2016), una despiadada disección del universo del modelaje donde Dakota Fanning despertaba celos enfermizos entre sus compañeras. Tanto Winding Refn como West apuestan por encubrir la ferocidad de sus críticas bajo el atractivo formato del thriller.
Hollywood, acechada por un satánico psicópata, es presentada como el epicentro de una industria movida por la droga, el sexo y la violencia. Todos quieren llegar a la cima, pero muy pocos están dispuestos a pagar el precio. Maxine, que convierte cualquiera de los horribles hechos que ocurren a su alrededor en posibles ventajas, demuestra una actitud de estrella desde el inicio: atravesando a contraluz una gigantesca puerta, entra deslumbrante al casting para ‘Puritana 2’, billete de ida a esa “buena vida” que lleva idealizando desde niña.
Todo lo que ocurre en esta coreografiada trama es para que ella acabe escalando la emblemática colina de Hollywood y, por fin, observar al resto de mortales desde las alturas. Ni el peso de un pasado que parece atormentarla, ni la sarta de hombres que van asomándose con la intención de entorpecerle el camino, serán capaces de frenar la pasión de una joven cuya sed de fama va más allá de lo imaginable.
