Pese a que tenía que completar el díptico que abría Misión: Imposible – Sentencia mortal: Parte 1, finalmente Christopher McQuarrie y Tom Cruise han convertido Sentencia final en el cierre de la franquicia, y un homenaje al propio actor como héroe de acción. Por Tonio L. Alarcón

Uno de los aspectos más interesantes de la franquicia Misión: Imposible es cómo, mientras Tom Cruise la concibió como una especie de serie antológica que giraba en torno a la personalidad de sus directores, funcionó como una especie de cronología de la evolución del blockbuster hollywoodiense.
Del actioner más físico y directo, basado en los efectos tradicionales, de Brian de Palma y John Woo, a la incorporación de la narrativa serial televisiva, con un uso más amplio de los efectos digitales, de J.J. Abrams y Brad Bird.
En cambio, la llegada de Christopher McQuarrie a la franquicia con Nación secreta (2015) marca un cambio de rumbo muy consciente, auspiciado por el propio Cruise después del buen sabor de boca que le dejó su colaboración en Jack Reacher (2012). A partir de ahí, la serie se aísla de la marvelización del cine de acción para intentar ofrecerle a los espectadores veteranos, aquellos que se criaron con un concepto del espectáculo más basado en la espectacularidad de los stunts, un sentido de lo maravilloso mucho más puro, menos condicionado por la influencia de los efectos digitales y las posibilidades de la Inteligencia Artificial.

¿O acaso es casual que el gran villano del díptico con el que se cierra la franquicia, Sentencia mortal – Parte 1 (2013) y Sentencia final (2025), sea la Entidad, un sistema de IA que ha adquirido consciencia propia? ¿O que sea precisamente Ethan Hunt, defensor de las soluciones analógicas como el propio Tom Cruise, quien tenga que plantarle cara a un antiguo agente, Gabriel (Esai Morales), que quiere explotar las posibilidades de la Entidad para su propio provecho?
Aunque, desde Protocolo fantasma (2011), Misión: Imposible ha girado de forma cada vez más obsesiva en torno a las amenazas nucleares, la incorporación de McQuarrie como autor completo (codo a codo, claro está, con Cruise) también ha ido agriando progresivamente las aventuras del IMF, hasta desembocar en una última entrega que está a punto de derivar en la descorazonadora La hora final (1959) de Stanley Kramer.
En todo caso, en esa bunkerización de Misión: Imposible respecto al resto de Hollywood, hasta el punto de no dejarse tampoco influir por la alargada sombra de David Leitch y Chad Stahelski, tiene mucho que ver la figura del coordinador de acción Wade Eastwood.
Su encuentro con Cruise en Al filo del mañana (2014) propicia su entrada en la franquicia en Nación secreta, y se convierte así en el tercer vértice de su derivación en un espectáculo más en sintonía con el cine mudo que con el blockbuster contemporáneo.
Como le ocurría también, en su momento, a Jackie Chan, en numerosas ocasiones se ha comparado al intérprete de Ethan Hunt con Buster Keaton, y el símil, aunque superficial, no es descabellado. Sobre todo, teniendo en cuenta cómo, desde Fallout (2018), McQuarrie, Cruise y Eastwood han ido desligándose cada vez más de la narrativa de espías para ofrecer una especie de abstracción cinética en forma de encadenamiento de set pieces, en gran parte, mudas. Todo, amenazas, enemigos e incluso colaboradores, se ha convertido en un gran McGuffin destinado a mantener en movimiento a un héroe que se caracteriza, precisamente, por su fisicidad.
Cierto es que la franquicia llega, a estas alturas, absolutamente agotada. Sentencia final no puede ofrecer más que variaciones más o menos afortunadas sobre secuencias que ya habíamos visto en entregas anteriores.
Pero es que resulta evidente que sus máximos responsables la han concebido como una especie de gran celebración, de colofón por todo lo alto del concepto global de Misión: Imposible (como recuerdan, de forma un tanto reiterativa, los flashbacks sobre los anteriores largometrajes), que también quiere servir como última gran exhibición atlética de un Cruise al que le empiezan a pesar demasiado los años como para seguir ejerciendo como héroe de acción.

Quizás también por ello sea la entrega en la que el intérprete exhibe de forma más reiterada su físico, perdiendo, en numerosas ocasiones, piezas de ropa que le permiten mostrar su musculatura. No quiere, está muy claro, dejar a su personaje más icónico relegando una imagen de decadencia como la de los James Bond de Sean Connery o, sobre todo, Roger Moore (que, aun así, era más joven que Cruise cuando se retiró como 007 con Panorama para matar (1985)).
Pese a sus casi tres agotadoras horas de metraje, Sentencia final transmite cierta sensación incompleta, como si hubiera tenido problemas de montaje. Se diría que, precisamente en el proceso de convertirla en un homenaje a los logros de la propia franquicia, hubiera tenido que devorarse a sí misma para no dispararse hasta los excesos de The Brutalist (2024).
O puede que, simplemente, Misión: Imposible haya absorbido tanto los tropos del serial que sea imposible concluir una narración que se había convertido en una especie de cinta de Moëbius formada, en su gran mayoría, por planos de Cruise corriendo hasta el infinito.