Crítica ‘Un lugar tranquilo – Día 1’: De Chinatown a Harlem

julio 8, 2024
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Tras dos entregas de gran éxito, se diría que la franquicia Un día tranquilo ya no podía ofrecer más allá de las ideas de la película original, pero Michael Sarnoski demuestra aquí que había todavía aspectos que explorar, sobre todo en su dimensión más humana. Por Tonio L. Alarcón

‘Un lugar tranquilo – Día 1’ (Paramount Pictures)

El gimmick de esta tercera entrega de la serie Un lugar tranquilo, es decir, su naturaleza de precuela de los dos capítulos anteriores, en realidad tiene trampa. Y es que Un lugar tranquilo 2 (2020) ya arrancaba describiéndonos la llegada de los alienígenas invasores a la zona del Upstate New York donde vivía la familia protagonista.

Así que la auténtica aportación de Un lugar tranquilo: Día 1 (2024) es la de llevar el planteamiento apocalíptico creado por Scott Beck y Bryan Woods a un contexto urbano (más en concreto, por una pura cuestión de proximidad geográfica, Manhattan). Sobre el papel, eso implica un planteamiento más convencional, ya que aproxima la franquicia a terrenos post 11-S ya explorados previamente, como La guerra de los mundos (2005) o Soy leyenda (2007). La cuestión es que, para su director y guionista, Michael Sarnoski, la envoltura genérica de la historia funciona, sobre todo, como vehículo para construir una historia que, pese a sus momentos de espectáculo destructivo, tiene un espíritu introspectivo, minimalista.

No es casual que Sarnoski haya recurrido a algunos de sus colaboradores de su ópera prima, Pig (2021), como el director de fotografía Pat Scola o el compositor Alexis Grapsas. Allí aprovechaba el estatus icónico de Nicolas Cage para plantear lo que parecía una historia de venganza, que en realidad acababa derivando en el proceso de aceptación del duelo personal de un grupo de personas desconectadas de su contexto más próximo.

‘Un lugar tranquilo – Día 1’ (Paramount Pictures)

En Un lugar tranquilo: Día 1 busca un efecto similar, utilizando una situación marcada por la muerte y la destrucción para describir la paradoja de que, en semejante contexto, su protagonista, la enferma terminal Sam (Lupita Nyong’o), redescubra las ganas de vivir. En lo que vuelve a resultar fundamental la conexión emocional que establece, primero, con un cuidador como Reuben (Alex Wolff, que Sarnoski también recupera de Pig), y luego con alguien que necesita cuidados como Eric (Joseph Quinn). Ese tránsito describe el crecimiento del personaje de Nyong’o, que logra reconciliarse con su propio dolor (físico y emocional) y sus limitaciones físicas.

En Pig, lo que movía a Robin (Cage) a salir de su encierro existencial era el secuestro de su cerda trufera. En Un lugar tranquilo: Día 1, lo que empuja a Sam a moverse en sentido opuesto a las hordas de neoyorquinos que buscan salvación es encontrar el último trozo de pizza de su local favorito de Harlem, Patsy’s. Sarnoski parte, en ambas películas, de planteamientos aparentemente excéntricos, nada habituales en el cine comercial convencional, para luego desvelar que ambos esconden un peso emocional mucho más intenso de lo que podían aparentar.

Los protagonistas de sus dos películas (hasta el momento) no han aceptado la pérdida que ha marcado sus vidas, y encuentran esperanza allí donde no la esperaban. Ahí adquiere sentido existencial el trayecto físico que el director marca para su protagonista, de Chinatown al Harlem en el que se crió junto a su padre. Que tenga que atravesar Manhattan, casi de un extremo a otro de la isla, supone una reconexión con un pasado que jamás había llegado a aceptar, y por el camino, establece también un proceso de redescubrimiento y conformidad respecto a su situación.

A la hora de sorprender al público en relación con el universo de la franquicia, Día 1 parte con una cierta desventaja. Un día tranquilo (2018) tomaba la interesantísima decisión de dejar a los alienígenas en off visual, pero en cambio Un día tranquilo 2 ya desvelaba el peculiar diseño de las criaturas, obra del supervisor de efectos especiales Scott Farrar. Lo que dejaba a Sarnoski, en principio, en una incómoda tierra de nadie, que ha resuelto a través de pequeñas trampas visuales que le han permitido seguir explotando la imposibilidad de ver a los atacantes, sea por la humareda provocada por su llegada a nuestro planeta (inspirada, de nuevo, por el caos provocado por los ataques terroristas del 11-S), sea porque la arquitectura de las grandes ciudades les ofrecen mucho más recovecos en los que esconderse para atacar. Cabe apuntar, en todo caso, que el director, con la aprobación de John Krasinski, se ha atrevido a ampliar el lore de Un día tranquilo con detalles que no desvelaré en estas líneas.

‘Un lugar tranquilo – Día 1’ (Paramount Pictures)

Resulta también interesante la relación que Sarnoski toma con el sonido, teniendo en cuenta que uno de los grandes hallazgos del largometraje original era, precisamente, la obligación de ser construida casi como una película muda. Un lugar tranquilo: Día 1 genera, como las anteriores entregas, momentos de tensión a través de la práctica imposibilidad de no hacer ruido en entornos urbanos: de ahí el cartel inicial que apunta a que, en Nueva York, los niveles de ruido se mantienen en unos 90 dB constantes. Claro que también construye de forma silente la relación entre sus personajes, aprovechando la expresividad de sus intérpretes, sobre todo una Nyong’o que se echa el proyecto a sus espaldas, decidida a demostrar su versatilidad rompiendo con su estética estelar habitual.

Existe, asimismo, otro tipo de juego con los espacios de la ciudad en sentido contrario. Aprovechando las sugerencias de las películas anteriores, el director emplea algunos ruidos constantes para darle la oportunidad a sus protagonistas de tener pequeñas conversaciones, e incluso les ofrece momentos de catarsis emocional como la que proporciona la secuencia de la tormenta eléctrica.