'El 47' (A Contracorriente Films)

Crítica ‘El 47’: Bus de barrio

octubre 3, 2024
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La gran sorpresa taquillera del año, junto a Casa en llamas, está siendo El 47, que lleva semanas demostrando que hay una gran parte del público que, pese a que en teoría ya no pisaba las salas, responde a las propuestas que aborden temas que les sean afines. Por Tonio L. Alarcón

‘El 47’ (A Contracorriente Films)

La anécdota central alrededor de la que giraba el documental Maragall i la Lluna (2021) era la costumbre del, por entonces, alcalde de Barcelona, y luego presidente de la Generalitat, de pernoctar en barrios modestos para conocer su realidad de forma más inmediata. Uno de los hogares en los que se instaló Maragall fue el de Manuel Vital y Carme Vila, en Torre Baró, como bien ilustra el testimonio videográfico con el que concluye El 47 (2024).

Esa convivencia sirvió para conectar la parte más obrera y reivindicativa de la Ciudad Condal con la visión moderna de la misma que quería aplicar el político. Un hallazgo que Marcel Barrena y su coguinista, Alberto Marini, han optado por trasladar a los 70 para apuntar hacia un tiempo en que, con el franquismo en sus últimos estertores, todavía había esperanza de mejorar la vida en la capital catalana.

Porque no hay que entender el largometraje de Barrena simplemente como una reconstrucción de los acontecimientos que impulsaron a Vital a secuestrar el autobús que conducía para denunciar el aislamiento de su barrio. Pese a que utilice tomas documentales para, utilizando una cierta mímesis de dichas texturas, intentar captar la atmósfera (aunque sea desde cierta idealización) de la Barcelona de la época, en realidad está ofreciendo una fábula de claro aliento capriano.

‘El 47’ (A Contracorriente Films)

Después de todo, el héroe reticente que aquí interpreta Eduard Fernández intenta enfrentarse en solitario, como los personajes del creador de Caballero sin espada (1939), a la cerrazón (a)moral de las autoridades, para acabar encontrando el apoyo y la solidaridad de aquellos que le rodean. A la hora de apreciar esa estilización narrativa no hay más que prestar atención a las escenas en las que Vital intenta, de forma infructuosa, que le atienda alguien del Ayuntamiento: sus idas y venidas tienen un aire cíclico, pesadillesco, que se aproxima a lo kafkiano.

Uno de los detalles más interesantes de El 47 es que la zona del Eixample está retratada como una especie de figura fantasmal, un ente un tanto difuso, que contrasta con la vitalidad y la fuerte personalidad de esa versión de Torre Baró que el equipo del filme ha creado para la gran pantalla.

Se hace evidente, a ese respecto, el esfuerzo de Barrena, por, de acuerdo con su director de fotografía, Isaac Vila, dotar a las imágenes del filme de cierto aire seventies pese a haber sido rodadas con una cámara de cine digital Arri Alexa 35. Tanto los filtros utilizados como el diseño de producción de Marta Bazado, que le da una especial preeminencia a los colores cálidos en ropa y decorados, provoca que el conjunto se caracterice por cierto aspecto ambarino que acostumbramos a identificar con el cine de aquella época. Y, de rebote, también representa los recuerdos que conservamos a ese respecto.

De hecho, si la película ha sido recibida con tanta calidez en los cines de la periferia es porque Barrena y Marini han utilizado la figura de Vital como proyección de toda una generación (y otras cuantas colindantes) de inmigrantes llegados a Barcelona desde toda España. No es difícil ver la influencia de un escritor tan afín a los paisajes del extrarradio barcelonés como Paco Candel en la forma en la que El 47 habla del barraquismo, y describe tanto las problemáticas socioeconómicas de ese tipo de microsociedades como sus (frecuentes) arranques de solidaridad. Especialmente bello, respecto a ese guiño generacional, es el detalle de que los vecinos de Torre Baró solo dispongan de una película en 16 mm para proyectar, Esa voz es una mina (1955). Al fin y al cabo, en ella Luis Lucia aprovechaba la fama del cantante Antonio Molina para representar, no casualmente, los sueños de grandeza de todos los españoles de origen humilde durante lo más duro del régimen franquista.

‘El 47’ (A Contracorriente Films)

Ahí reside la excelencia de la interpretación de un Fernández que no se limita a imitar los ademanes y la forma de hablar de Vital. Porque, como antes apuntaba, está vehiculando, a través de dicha figura, a tantos nuevos catalanes que lucharon a brazo partido para que los que vinieran detrás lo tuvieran mucho más fácil, y que se esforzaron, pese a los escollos culturales (ahí encaja la torpeza con la que habla el catalán), para integrarse en un contexto ajeno. Desde esa perspectiva hay que entender la proyección que supone el coro en el que canta la hija de Manuel y Carme, Joana (Zoe Bonafonte), de la aceptación de su propia naturaleza de charnega.

Cierto es que la metáfora no es especialmente sutil, pero hay que reconocerle la eficacia al uso dramático que se le da a una canción tan esencial para el movimiento antifranquista como Gallo rojo, gallo negro de Chicho Sánchez Ferlosio.