Hay películas que no buscan sólo el impacto del ruido mediático, sino algo más difícil: quedarse con los espectadores tras la proyección. Leo & Lou, ópera prima del director Carlos Solano producida por Zeta Cinema, que se estrena hoy en cines de la mano de Filmax, es una obra que se construye desde la mirada humana, desde la escucha y desde lo que ocurre cuando dos personas vulnerables se encuentran y se permiten acompañarse. Una niña que no habla y un adulto que ha perdido el rumbo. Una huida que es, al mismo tiempo, una búsqueda. Una Galicia que no solo es escenario, sino territorio emocional. Por Miguel Varela

La película narra el viaje de Leo, una niña de once años que escapa de un centro de acogida para intentar llegar a una competición de pesca vinculada a un recuerdo esencial de su infancia. En el camino se cruza con Lou, un hombre cansado, descolocado, que atraviesa un momento vital suspendido entre la desilusión y la parálisis. Ninguno de los dos está preparado para sostener a nadie, pero en la vulnerabilidad compartida encuentran, poco a poco, una forma posible de acompañarse.
Dirigir desde la escucha
Para Solano, el salto al largometraje supuso un reto de precisión emocional. Explica que “pasar de contar historias de 15 minutos a una de 100 exige mantener siempre la brújula apuntando al norte. Son más escenas, más decisiones, más oportunidades de desviarte. El desafío era que cada elemento, desde la dirección hasta la interpretación, sumara a la historia”.
Su etapa previa en el cortometraje fue clave para desarrollar una mirada narrativa que se centra en lo esencial, en el detalle que articula un gesto o una emoción. El director insiste en que el tono, la medida y el equilibrio fueron decisiones que se revisaron constantemente en el rodaje y en la sala de montaje. “Cuando trabajas con humor y emoción al mismo tiempo, es fácil descompensar. Había escenas que podían volverse demasiado tiernas o demasiado irónicas. El reto era que la película respirara honestidad, sin artificio”.

Uno de los elementos más significativos fue la relación entre los dos protagonistas, interpretados por Julia Sulleiro e Isak Férriz. Solano lo resume así: “Isak entendió desde el primer momento que su compañera era una niña en su primer rodaje, y además era una película que giraba en torno a ella. Él se colocó a su lado con respeto y escucha. Y Julia tuvo la valentía de dejarse llevar”. Ese acompañamiento fue determinante para crear la sensación de vínculo real que sostiene la película.
El trabajo de dirección con Julia fue especialmente cuidado. Solano reconoce que había escenas emocionalmente delicadas: “Era importante que Julia entendiera las emociones del personaje sin vivirlas de forma dañina. Por eso la figura de la coach Estíbaliz Veiga fue fundamental”. El director destaca que Sulleiro no interpretó a Leo desde el sufrimiento, sino desde la comprensión y la imaginación: “Julia supo convertir la fragilidad en fuerza. Y eso es lo que sostiene la película”.
La apuesta de una productora que acompaña
La productora Miriam Rodríguez, responsable de la película en Zeta Studios, lleva trabajando con Solano desde la universidad. Para ella, Leo & Lou nace de una relación profesional que también es humana. “Carlos tiene una capacidad extraordinaria para construir emociones desde lo cotidiano, para encontrar humanidad en los detalles y narrar con honestidad. Su cine tiene alma”.
Rodríguez recuerda que la película creció lentamente, dando tiempo a que la historia encontrara su forma. Ese ritmo no siempre coincide con los tiempos del mercado, pero era necesario para preservar la coherencia emocional de la obra. La película terminó de levantarse gracias a una coproducción internacional con Reino Unido y Rumanía. Rodríguez relata el momento clave: “Conocimos a Miranda Ballesteros en el Festival de Cambridge en 2014 y mantuvimos el vínculo todos estos años. Cuando leyó el guion, se enamoró de la historia igual que nosotros”. Lunatica, la productora británica, consiguió el apoyo de Lipsync y Richmond Pictures. La participación rumana, aunque menor, fue esencial para llevar a cabo parte de la postproducción allí, donde los costes resultaron más asumibles.

A nivel creativo, Rodríguez destaca la importancia de haber rodado en Galicia. “No era una decisión estética. Era una decisión emocional. Carlos llevó su primera película a su lugar de pertenencia. Los paisajes, la pesca, la luz… todo eso forma parte de su memoria. Y creo que el espectador lo siente en cada plano”. La productora insiste en que Leo & Lou expresa la filosofía actual de Zeta Studios: cine cercano, accesible, pero con identidad autoral clara. “Apostamos por proyectos con sello personal, pero con vocación de llegar al gran público. Cine familiar con alma. Leo & Lou está exactamente en ese lugar”.
Galicia como narrativa emocional
En la película, Galicia no es solo un paisaje de fondo. La evolución del tiempo, la luz y los colores acompaña la transformación de los personajes: la historia se mueve de un entorno interior más gris hacia la costa abierta y luminosa. Ese recorrido es tanto geográfico como emocional. Solano lo resume así: “La película habla del concepto de hogar. Y en nuestra historia el hogar no es un lugar fijo, sino algo que se construye entre las personas que se encuentran en el camino”.
Rodar casi todo en exteriores implicó desafíos logísticos: cambios de clima, desplazamientos continuos, adaptaciones sobre la marcha. Pero ese esfuerzo se nota en pantalla. La película respira verdad.

Una película cuya dimensión se amplifica en una sala de cine
En la estrategia de estreno y comunicación, la experiencia en sala ha sido central. Patricia Echevarría, Marketing & PR Manager de Zeta Studios, subraya que “no queríamos presentarla solo como una ópera prima luminosa, sino como una película que emociona de verdad. La clave era mostrar que no es una película únicamente para niños ni una comedia familiar al uso: es una historia para que todos los miembros de una familia, sin importar la edad, puedan disfrutar juntos del cine”.
Las proyecciones en Seminci lo confirmaron. Echevarría recuerda que “la gente salía muy emocionada. No fue una reacción segmentada por edades: los niños se enganchaban a la aventura, los padres a la ternura, los mayores a la mirada sobre la vida. La película permite hablar de empatía, integración, incomunicación, segundas oportunidades, de denuncia contra el bullying… pero lo hace sin moralinas. A través de una buena historia. Eso es lo que la convierte en herramienta educativa real”.
Para Echevarría, la película se amplifica en sala: “No es lo mismo verla en casa. Se sostiene y crece cuando la compartes: niños, padres, abuelos. Es una película que une generaciones”.