Tras ganar el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Morelia, llega a nuestras salas La cocina, adaptación que Alonso Ruizpalacios realiza de la obra homónima escrita por el dramaturgo británico Arnold Wesker. Por Belit Lago
Sin pensar demasiado, me vienen a la cabeza dos producciones del 2023 que tratan los temas de la precarización laboral y la racialización a través del blanco y negro. Fremont (Babak Jalali) y Third Week (Jordi Torrent) son dos películas que siguen a sus protagonistas: por un lado tenemos a Donya, refugiada afgana que se gana la vida en una fábrica de galletas de la suerte en la ciudad californiana que da nombre a la cinta; y por otro está Alvin, quien tras salir de la cárcel empieza a trabajar en una empresa metalúrgica en Staten Island.
Ambos retratos se centran en representar las miserias de unos individuos que no acaban de encontrar su lugar en el mundo, que se encuentran totalmente desubicados —ella por estar lejos de su hogar en contra de su voluntad, él por volver justamente a la casa familiar siendo ya un adulto— y, en parte, maltratados por una sociedad dominada por los privilegios del hombre blanco heterosexual.
Ruizpalacios se suma a esta estrategia estética para explicarnos, en su particular adaptación de La cocina, una historia colectiva, aunque sí que utiliza a un personaje como centro neurálgico de las diversas tramas que tejen esta enérgica propuesta coral.
Pedro (Raúl Briones), mexicano afincado en Nueva York, trabaja como cocinero en The Grill, un restaurante cuya puerta de entrada desconocemos, ya que desde el inicio, nos vemos obligados a utilizar la trasera, quedando el discurso enfocado desde la parte de atrás, aquella que normalmente escapa a nuestra atención. El comedor, lugar donde los clientes disfrutan de su comida, apenas lo pisamos: quizás en un par de viajes junto a Julia (Rooney Mara), la camarera de quien Pedro está perdidamente enamorado y con quien proyecta un futuro incierto, completamente alejado de las señales de ella, que está a punto de interrumpir el único vínculo que los une: su embarazo.
Por si los conflictos habituales en una cocina no fueran suficientes —podemos tomar a The Bear como ejemplo reciente—, la desaparición de 800 dólares de la caja hará saltar por los aires la poca humanidad que podía reinar en un espacio caótico donde se mezcla a inmigrantes junto a aquellos que se refieren a Estados Unidos como “América”. Nadie logra escapar del interrogatorio del encargado, cuya aparente posición de poder frente al resto de trabajadores parece un síntoma del olvido —o quizás aniquilación— de sus orígenes latinos.
Ocurre con La cocina que nos sentimos abrumados por su propuesta formal: si bien encuentra cierto equilibrio entre la adrenalina que se vive en los interiores y el oxígeno que logra respirarse en los exteriores, donde los personajes parecen fantasmas deambulando mientras absorben sin freno el cigarrillo de la pausa, analizada en su conjunto demuestra una coherencia interna irregular, hecho que podría encontrar su explicación en su naturaleza teatral.
Pese a todo, hay un par de escenas magistrales que nos ubican, sin estarlo, en medio de un musical. La multitud de personajes siguiendo una coreografía de movimientos rítmicos que responden a un diseño de sonido espectacular, todo ello comprimido en un microespacio liderado por la total ausencia de control, nos zarandea e hipnotiza, nos obliga a mantener nuestros sentidos bien despiertos para deleitarnos con una puesta en escena excelente, aunque a ratos parezca caer en pretensiones estéticas que la narrativa no exige.
Con todo, la propuesta de Ruizpalacios nos acerca a la pieza de Wesker con coraje y sin complejos, usando la cocina de The Grill como representación de una sociedad en la que todos servimos al dios de la productividad capitalista, capaz de corroer nuestros deseos más genuinos y obligarnos a jugar sucio para con nuestros iguales.
Pedro, cuyo carácter enerva a todo aquel que le rodea, nos regala un grand finale apoteósico donde logramos entender que su forma de tratar al otro no es otra cosa que el resultado de años de desprecios y puertas cerradas, de frustración acumulada que dispara sin apuntar.