'Strange Darling' (Vértice Cine)

Crítica ‘Strange Darling’: El amor duele

octubre 23, 2024
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Tras un primer filme que pasó sin pena ni gloria, J.T. Mollner ha logrado llamar la atención de crítica y festivales con Strange Darling, particular incursión en el thriller en la que altera el orden del relato para jugar con las percepciones del espectador. Por Tonio L. Alarcón

‘Strange Darling’ (Vértice Cine)

En su ópera prima como director, Ángeles y forajidos (2016), J.T. Mollner se esforzaba por llevar a cabo un ejercicio similar al que, apenas un año antes, llevara adelante S. Craig Zahler en Bone Tomahawk (2015). Es decir, tomar un género tan ultracodificado como el western y violentarlo desde una relativa fidelidad a sus tropos.

Pero si Zahler lo hizo a través de las explosiones de ultraviolencia que caracterizan su obra (véase al respecto su novela Espectros sobre una tierra trizada), Mollner intentó subvertir las brújulas morales genéricas a través de un juego con los roles que incorporaba detalles, con perversa inteligencia, tanto de Santuario de William Faulkner como de esa seudoadaptación que fue La banda de los Grissom (1971).

No es baladí que, en Strange Darling (2024), Mollner haya optado por desordenar el relato. No se trata de una decisión caprichosa: es precisamente esa desestructura lo que le permite llevar un paso más allá lo que había ensayado en Ángeles y forajidos, pero aplicándolo aquí al thriller.

‘Strange Darling’ (Vértice Cine)

Al entrar en el relato in media res, sin haber llegado a recibir todas las piezas del puzzle de lo que estamos viendo en pantalla, el director y guionista impele al espectador a rellenar los huecos utilizando su experiencia personal con los tropos de género. Por lo tanto, el juego con la narrativa no reside tanto en el desorden temporal como en la reescritura continua de las tensiones y los desencuentros entre la Chica (Willa Fitzgerald) y el Demonio (Kyle Gallner).

A la hora de rodar su ópera prima, Mollner y su director de fotografía, Matthew Irving, buscaban dotar a Ángeles y forajidos de un aire de película de los 70 que les llevó a utilizar viejas cámaras Panaflex Platinum y rollos de 35 mm Kodak VISION3 500T 5219 (a los que han recurrido cineastas como Nolan o Tarantino)… si bien todo ello chocaba con un diseño de producción más bien justito.

Quizás por eso el director ha optado por ambientar Strange Darling en el presente: así lucen mejor los planos en 35 mm que ha trabajado junto a su nuevo director de fotografía, el también actor Giovanni Ribisi, en los que han explorado una colorimetría inspirada en la de la cámaras Panavision de los 60 y 70. El uso de modelos como las Arricam LT y ST o las Arriflex 235 y 435, con lentes Atlas Orion y Cooke Anamorphic, y todavía más gamas de rollos VISION3, ha ido dirigido a generar una paleta de colores irreal, extrema, que convierte el filme en una especie de peculiar ensoñación.

Precisamente, en Strange Darling hay un trabajo mucho más rico a la hora de buscar los contrastes fotográficos que en su primer largometraje. Mollner y Ribisi dotan al primer cuarto de la película, en el que se plantea la (en apariencia) trama clásica de thriller, de una especie de realismo exacerbado que remite a todos los herederos putativos de La matanza de Texas (1974). En cambio, cuando empieza a desarrollar la relación entre la Chica y el Demonio, el director emplea una fotografía mucho más contrastada, iluminada además inicialmente con neones, que se aproxima mucho más al noir clásico y, por extensión, a directores que han jugueteado con sus límites como David Lynch o los Hermanos Coen.

‘Strange Darling’ (Vértice Cine)

De hecho, en el peculiar uso de los colores que Mollner y Ribisi hacen durante la secuencia del motel, así como en el continuo tira y afloja que se produce entre los personajes de Fitzgerald y Gallner, es imposible no ver ecos de la sensación de extrañeza, y la misma idea de que la locura puede ser algo vírico, de Bug (2006) de William Friedkin. No en vano, se trata del momento definitorio a la hora de interpretar lo que está ocurriendo dentro de la trama, especialmente por cómo el director asocia a cada uno de sus actores principales con una gama específica de colores. Pero también por la aparición de una imagen subliminal recurrente que introduce una vía de interpretación polanskiana de lo que está ocurriendo, y de la fiabilidad del relato tal y como lo habíamos recibido hasta entonces.

Una de las asociaciones más interesantes que se pueden hacer entre Strange Darling y Ángeles y forajidos es cómo, en las dos películas, tanto la violencia como el amor están concebidos como algo caótico, imprevisible.

El director y guionista rueda ambos tipos de escena alargando los tempos, pensando en incomodar al espectador forzando la tensión hasta llevarla al extremo de lo arbitrario. Claro que, a diferencia de su ópera prima, que Gallner se tomaba muy en serio (quizás demasiado, teniendo en cuenta lo justito de la producción), aquí introduce un sentido del humor subterráneo, a veces un tanto surrealista, que por momentos convierte las persecuciones entre la Chica y el Demonio casi en una especie de versión en carne y hueso de los cartoons de la Warner. Lo que vuelve a aproximar a Gallner al terreno de los Hermanos Coen que, ya desde su primer largometraje, Sangre fácil (1984), ya empezaron a experimentar con la paradoja de los límites entre la violencia y el humor.