Arrancamos la cobertura de la 63ª edición del Festival Internacional de Cine de Gijón y, en este caso, hablamos dos de las obras en la Sección Oficial Albar: What does that nature say to you, la última película del prolífico cineasta surcoreano y A la cara, uno de los filmes españoles en dicha sección. Por Iván Cerezo Cabeza

Intentar vivir con libertad y sin temor a la improvisación. Así llega el protagonista de What does that nature say to you a la casa de sus suegros: sin previa meditación y con lo mínimo necesario encima. Un modesto comportamiento que dista bastante del pensamiento de aquellos que habitan en la residencia a la que es invitado. Y es que, tal y como explica el padre de su novia, la extensa vivienda situada en medio de la naturaleza se puso en pie para la comodidad de la familia, concretamente para la ya fallecida abuela de la novia de nuestro protagonista.
Con dicha costumbre asumida, todos los individuos del hogar tienden a arroparse de numerosas cosas con el propósito de disfrutar de la tranquilidad y la estabilidad que estas proporcionan. Un gesto autocomplaciente que nos habla de cómo las personas hacemos de la naturaleza algo cómodo acorde con nuestras necesidades.
No es de otro modo que el sendero que se esculpe en el cuerpo vegetal del bosque es para el buen caminar de la familia, las gallinas que poseen proporcionan huevos o carne para comer todos los días, y los perros enjaulados cumplen la misión de alarma de aviso en caso de incendio. Incluso la alfombra que presenta su salón es acogedoramente cómoda para los pies, una muestra más de ese colchón de felicidad que nos hacemos para nuestro confort.
Como es costumbre, el cine de Hong se muestra claro y amable con todos sus personajes y entra en un modo de ser reflexivo en donde se persigue la belleza de las cosas en los lugares más genuinos y que pasan desapercibidos. Esa idea de ir a lo trascendente en la plena desnudez de las cosas es el rol que asume nuestro protagonista, un poeta, que (como bien dice la hermana de Jun-hee) “parece un monje meditando”. Y es que, a diferencia de la familia de su novia —en la que imperaba ese sentido de las cosas materialista—, el joven artista ha renunciado a la comodidad de depender económicamente de su padre y vive una vida totalmente austera, improvisada y autosuficiente, utilizando solo lo que necesita cuando lo necesita.
Es interesante entonces que, mientras la narración explora las asentadas costumbres de la vivienda, nos encontramos en el estilo de un viejo conocido con un empleo de los recursos expresivos que nos es muy familiar: los insertos que rompen con el continuo fluir de la escena —como cuando el personaje mira las hojas de un árbol con el viento y dice “qué lindo”—; también los zooms abiertamente toscos —con los que se señala el amplio espacio cada vez que el protagonista se queda solo denotando una sensación de libertad o se acorta su margen de visión significando lo contrario cuando aparece alguien en el encuadre e interactúa con él—; o los recurrentes planos desenfocados —en los que ese fuera de foco por tradición expresa un estado completo y elevado del no saber y de la no comprensión al que se aspira—.

Director y personaje parecen caminar y perseguir lo mismo respectivamente, y, sin embargo, en su segunda parte —que tiene como núcleo dos reuniones en la mesa—, el filme entra en una feliz contradicción. Y ahí está lo verdaderamente interesante de este pequeño gran filme en el que se nos habla continuamente del conformismo en las ideas. What does that nature say to you se trata de una obra de apuesta eminentemente ‘rohmeriana’ al ocupar su protagonista el centro de atención en el encuadre para evidenciar el mero estereotipo y fachada que aparenta ser —con su bigote y su perilla incluidos—, convirtiéndose así en alguien realmente detestable que dista bastante del verdadero saber de las cosas —además de ser mal poeta— y cayendo preso del mismo conformismo y pensamiento sesgado que manifiesta el padre de Jun-hee del que se pretendía diferenciar.
Porque resulta difícil escapar de la seguridad que nos proporcionan nuestras asentadas creencias, es por ello por lo que, de manera coherente, Hong, con ese seguir a su personaje mostrando su reconocible estilo, parece ponerse en puesta en escena de alguna manera y replantearse su estilo para decir: “no es suficiente, no nos engañemos con las apariencias”. Será tras la experiencia y su aprendizaje, cuando volvamos a asombrarnos de la capacidad de este prolífico cineasta para encontrar el equilibrio en el interior de las cosas; porque es ahí donde está lo misterioso que se persigue buscar.

A la cara de Javier Marco se ha presentado en la Sección Oficial de esta 63º edición del Festival de Gijón, en el que es el estreno nacional del filme. Un trabajo que parte de un corto del mismo nombre y que su director recupera ahora en el formato del largometraje. Y no es baladí este detalle, porque la tarea encomendada aquí es la de expandir aquella obra de 14 minutos de manera orgánica. El título de 2020 apostaba por mostrar a la figura del hater en las redes sociales, así como el daño que este causa a las personas que aplica su odio cultivado.
Sin embargo, la película que hoy se nos presenta no pretende ser un análisis del comportamiento de estos individuos en la sociedad, ni mucho menos —esos “travellings in” al personaje de Manolo Solo se quedan solo en una promesa—.
El tema en cuestión sirve únicamente como un punto de partida para desviar la narración a una multiplicidad de temas con los que nutrirse. Véase: la soledad y el aislamiento, los mass media y las redes sociales, la maternidad y la paternidad, la crisis existencial y su lucha por paliarla, la identidad y el intercambio de roles, la culpabilidad, etc. Y es por esto, muy probablemente, por lo que los personajes evidencian en pantalla —en un gesto de plena sinceridad— lo inverosímil de las situaciones dramáticas a las que se les compromete.
Y es que el guion de A la cara se muestra como un instrumento débil; uno que continuamente no puede disimular sus licencias y conveniencias de por qué las cosas sucedan en un preciso momento (no antes ni después) con tal de mantener la función en pie. Y, teniendo esto presente, es aquí donde puede estar la clave desde la cual poder pensar este filme: ¿cómo atar todo este conjunto?, ¿cómo integrar todas las piezas y que todo quede fundido en una aparente “continuidad”?, ¿cómo la forma del filme (como argamasa) intenta disimular todo esto y cómo lucha por dialogar y aportar a ello? Y, a juicio de quien firma, esto es lo realmente interesante del visionado, sea buscado o fruto de dicha disparidad.
Hay en el filme un evidente sobrio estilo, uno que se caracteriza por el buen pulso. “No me hable de usted” se llega a decir. Y es que ya desde su inicio, con la dilatación en off del personaje de Sonia Almarcha en la aparición de la casa de Manolo Solo y cómo la cámara desde la puerta del hogar la espera para introducirse con ella, se muestran unas señas de estilo que beben de una estética que obedece a la precisión y a la incorruptible verdad que revela.

De igual manera trabajan esos primerísimos planos de los rostros de los personajes, siempre en esa idea del cara a cara y del enfrentarse con nuestros dolores. O también, la idea del pájaro herido que necesita de cobijo en relación con el personaje de Sonia que se refugia en la casa del personaje de Solo. Y surge entonces de aquí dos referencias que laten en el fondo de la propuesta, como son El apartamento —por esa cuestión del refugio y de los cuidados— y Notting Hill —además de esa infiltración, por la fama y los paparazzi presentes en la puerta—.
Y, sin embargo, el filme, en ese surcar de sus temas, se introduce dentro de la idea de la otredad y la identidad propia más bien del cine moderno actual en el que surge como referente Una quinta portuguesa —no por casualidad, también protagonizada por Manolo Solo—. Es así cómo, la continua lucha de las formas en una silenciosa tensión por levantar la historia agarrándose cada una a sus raíces con todas sus fuerzas, se trata de una ósmosis presente en la película en las dos criaturas antagónicas (pero gemelas a la vez) que encarnan Manolo Solo y Sonia Almarcha. Entre ambos dan forma a un filme que, inevitablemente, nos expulsa en su desconcierto a cada avance hasta su final.
Este conjunto desemboca en una redención que ofrece un nuevo significado a esa idea de “dar la cara” que tanto se explota: “dar la cara” significa tomar una determinación. Por desgracia, una determinación ausente en este filme que avanza abriendo muchas puertas, pero que se muestra con dificultades a la hora de profundizar en las mismas.