'Balearic' (Filmin)

Crítica ‘Balearic’: Un terror privilegiado

octubre 28, 2025
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El director de Mamántula, Ion de Sosa, irrumpía sutilmente en la Sección Oficial de la 58ª edición del Festival de Sitges con su último trabajo, Balearic, un díptico aparentemente anodino al que nunca se le acaban las capas. Por Belit Lago

‘Balearic’ (Filmin)

Como diría el protagonista de La vida de Chuck (Mike Flanagan, 2025) —que competía en la misma sección del festival—, el cine español “contiene multitudes”. Multitud de puntos de vista, miradas y lenguajes. Intereses distintos y, a su vez, diversas formas de llevar a cabo las ideas.

Luego, en salas, lo que acabamos viendo a menudo resulta desesperanzador. La sensación de estar viendo siempre la misma película, protagonizada por las mismas caras, incluso escrita por la misma gente, se convierte en un déjà vu constante. Afortunadamente, cada cierto tiempo ocurre la magia y aparecen piezas que, transitando otros caminos, consiguen poner luz donde todo suele ser de un gris sombrío.

Ion de Sosa es uno de los autores de estas piezas, y su segundo largometraje, Balearic, un ejemplo de un tipo de cine que, sin llegar a ser experimental, logra escapar de la normatividad a la que nos tienen acostumbrados la mayoría de los cineastas que suelen llegar a las salas.

‘Balearic’ (Filmin)

Su voluntad de investigar nuevas maneras de hablar de temas ordinarios, sumado a la genialidad de hacer del cine de bajo presupuesto, no solo uno de los rasgos más característicos de su estética, sino también un modo alternativo de crear discurso —tanto cinematográfico como político—, son dos puntos clave para entender su obra.

Su talento no abarca únicamente la dirección, sino también la producción (Inmotep, Julián Génisson, 2022) y la dirección de fotografía (Espíritu sagrado, Chema García Ibarra, 2021; El fantástico caso del Golem, Burnin’ Percebes, 2023). De hecho, tanto Génisson como García Ibarra o Nando Martínez y Juan González —los verdaderos nombres de los cineastas que hay tras el elocuente pseudónimo crustáceo—, han colaborado en la escritura del guion de la película, sin olvidarnos de Lorena Iglesias, actriz, guionista y directora.

Todos ellos realizadores patrios que comparten con De Sosa una visión artística que, para quien escribe, ofrece cierta esperanza dentro del cine español contemporáneo, como una especie de colectivo alternativo —para muchos “de nicho”—, que ya forma parte de ese “otro cine español”.

El misterio de Balearic arranca ya en su título. Antes de ver la película, este nombre nos lleva inequívocamente a las Islas Baleares, y aunque la película se rodó en la Península —específicamente en tierras valencianas—, los espacios en los que se ubica la ficción pertenecen a un territorio isleño, y así lo repiten sus protagonistas en varias ocasiones.

Este dato se ve reforzado por el mismo aislamiento que sufren los personajes, dos grupos —un primero de adolescentes y otro de gente adulta— que aparecen en dos casas distintas pero aparentemente cercanas, ambas rodeadas de vegetación, separadas de cualquier señal de civilización, distanciadas del resto del mundo.

Y digo misterio porque aunque parezca evidente la conexión entre título y ubicación, pronto nos daremos cuenta de que esto es tan solo la primera trampa de un film repleto de juegos, simbologías y pistas que hacen de su visionado un entretenimiento activo. El espectador, lejos de acceder a ella únicamente por divertimento (que también), se ve involucrado desde el minuto uno.

Durante la vigilia de San Juan, cuatro adolescentes deciden entrar a un chalé deshabitado que se encuentran de camino a la playa. Lo que empieza como un acto inocente de hacer “lo incorrecto” por diversión, pronto se convierte en una trampa mortal. La piscina, casi a modo de sinécdoque de la propia casa, engulle a sus (no)invitados.

Es aquí, en esta rotura de la imperturbabilidad de una apacible tarde de verano, donde aparece lo extraño —indudablemente conectado con el universo lynchiano—, aquello que acaba girando el tono de la propuesta por completo, proponiendo una convivencia entre lo cotidiano y lo insólito. Pasados unos veinte minutos, tres gritos en un plano sirven como paso a una segunda historia, que empieza, cómo no, con otro grito. El viento (siempre tan presente) transportando unas ondas sonoras que abandonan las muecas de terror para invadir otra de alivio.

‘Balearic’ (Filmin)

De golpe aparecemos en una lujosa villa plagada de gente asquerosamente rica (entre ellos, Christina Rosenvinge, Maria Llopis o Zorion Eguileor) celebrando sus excesos con conversaciones banales y gestos estúpidos. Crecimiento personal, viajes al espacio, ayahuasca, arte efímero. Nadie se soporta, pero el privilegio de no tener que pensar en nada más les ofrece la oportunidad de tener tiempo para aprender a fingir, a convertir la performance en su modo de vida. Un incendio como advertencia de que algo anda mal: quizás el fin del mundo, quizás tan solo un peligro cercano. Su respuesta: seguir bailando sin tan siquiera intentar esconder el monstruo que todos llevan dentro.

La disección que realiza de Sosa en esta segunda mitad (prácticamente la totalidad del film) es, a la vez, crítica y jocosa. Se ríe de la clase alta mientras señala sus bajezas, aislándolos en una burbuja imperturbable a la que ningún ser ajeno a sus comodidades puede acceder, pero de la que tampoco parece posible poder salir.