Crítica ‘Los años nuevos’: Una declaración de amor sin precedentes

diciembre 30, 2024
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Entendía la ficción como un lugar sagrado para abstraerme de la realidad. Me aportaba ese ansiado momento tan íntimo en el que logramos dejar a un lado nuestra rutina, aunque sea por un breve espacio de tiempo, para adentrarnos en historias ficticias más o menos alejadas de la realidad. Hasta que me crucé con Los años nuevos. Por Carlos M. Sánchez

Fotograma de Los años nuevos

Desde entonces, vivo orbitando alrededor de la historia de Ana y Óscar —magistrales Iria del Río y Francesco Carril—, con la sensación de haber sido incapaz de superar todavía este ejercicio de honestidad brutal.

La serie de Rodrigo Sorogoyen, envuelta en papel de regalo por Paula Fabra y Sara Cano, es un huracán arrollador de realidad. Un canto a la vida. Sin envoltorios. Sin edulcorantes. Una oda al hilo vertebrador de todas las relaciones sentimentales, sustentado, habitualmente, en hacer lo que se puede para que prenda y posteriormente funcione un concepto tan abstracto como el amor.

Todos tenemos uno tatuado, en letras mayúsculas, bajo nuestra piel. En el mejor de los casos, se puede mostrar al exterior, pero en otros muchos subsiste oculto en nuestras entrañas, sosteniendo un pasado que pesa, porque todo pasa, pero hay amores que perduran eternamente, invisibles al mundo, flotando en el ambiente por el resto de nuestros días. Todos, en mayor o menor medida, somos Ana y Óscar de alguna forma.

La autenticidad de su relato conmueve. Sus vidas, sus preocupaciones, son las nuestras. Después de Berlín, llegué a revisar la agenda de mi móvil para escribirles un WhatsApp. Sentí la necesidad de abrazarles. Sin lugar a dudas, una de las secuencias más estremecedoras del audiovisual español en el presente siglo. Un disparo al corazón sin anestesia ni manual de instrucciones para digerirla. Un abrumador antes y después de una serie que narra el inexorable paso del tiempo con una naturalidad desgarradora.

Esa década, la de los treinta a los cuarenta, en la que alcanzamos la madurez pero a cambio se estrecha el margen de error en cada decisión. Diez años de evolución de una pareja, desde el día que se conocen, en una Nochevieja, contados en diez años nuevos. Resulta fascinante observar cómo la narración camina en paralelo a dos actores que deslumbran según van conociéndose —fuera y dentro de la pantalla— y que evolucionan de forma natural por momentos, al igual que el amor, como resultado del empeño de Sorogoyen en rodar de forma cronológica.

Del enamoramiento más lúdico y carnal de los protagonistas al miedo a aceptarse tal y como son, con sus virtudes, defectos y cargas emocionales, hay un viaje contado con una verdad hiriente. Cada frase, cada silencio, están cuidados al detalle con una sensibilidad apabullante, fruto de un guion sobresaliente y un abanico infinito de matices actorales, capaces de contar un año entero de relación en una hora escasa.

Una creación artística sobre el mundo de la pareja que roza la excelencia. Sorogoyen ha puesto el listón tan alto que resulta complicado creer que alguien venga después y sea capaz de contar las relaciones humanas de forma tan incisiva y brillante. Con todas sus luces y sombras. Lo que es evidente es que esta serie ocupa ya un lugar privilegiado en el imaginario de quienes añorábamos una mirada más profunda y panorámica en asuntos tan complejos como son las relaciones sentimentales —también familiares y de amistad—.

Porque el amor, tal y como nos lo regalan Iria del Río y Francesco Carril, es el arma más poderosa con el que contamos, pero también lastima. Y puede llegar a doler. Mucho. A veces, incluso, deja cicatrices que con el tiempo suelen supurar. La clave reside en aceptar que si hemos llegado hasta aquí es gracias a éstas.

Con el paso de los años, cuando echemos la vista atrás y los cuarenta queden lejos, seremos realmente conscientes de la magnitud real de esta declaración de amor sin precedentes. De este retrato generacional enfocado desde nuestras ilusiones, inseguridades y miedos. De esta obra maestra de Sorogoyen, colmada en un último capítulo que desnuda el amor y sus consecuencias en un plano secuencia deslumbrante.