Reiniciar el universo superheroico de DC ya era todo un atrevimiento, pero es que además James Gunn se ha lanzado a ofrecer un nuevo Superman que se aleja del tono grunge de Zack Snyder para recuperar el optimismo idiosincrásico del personaje. Por Tonio L. Alarcón

Una de las claves de la perdurabilidad de la mitología superheroica están en lo maleable que resulta. Salvo resquemores de fans, que tienden a demandar repeticiones en bucle de sus iteraciones favoritas (de ahí la mala época creativa que está atravesando Marvel), lo interesante es que diez autores distintos podrían ofrecer otras tantas lecturas divergentes de la misma figura, pues sus características definitorias son relativamente sencillas y, por eso mismo, reinterpretables con facilidad.
Gracias a ello, hemos podido disfrutar de Bruce Waynes cinematográficos tan diferentes, pero al mismo tiempo, más o menos fieles a sus contrapartidas comiqueras, como Adam West, Michael Keaton, Val Kilmer, George Clooney, Christian Bale, Ben Affleck o Robert Pattinson.
Sin embargo, lo iconográfico de la interpretación de Christopher Reeve de Clark Kent/Superman en el ciclo de cuatro largometrajes producidos entre 1978 y 1987, y la huella popular consecuente, ha dificultado su posible sustitución en la gran pantalla. De ahí que Warner/DC haya optado o por la reinterpretación casi imitativa de Brandon Routh en Superman Returns (2006), o por la reconcepción, desde una perspectiva muy post 11-S, de Henry Cavill en El Hombre de Acero (2013).

Lo que James Gunn ha intentado con Superman (2025), película con la que se abre el nuevo universo superheroico de DC Studios, es recuperar la esencia positiva, esperanzadora del personaje, pero desligándose al mismo tiempo de la ingenuidad (y la simplicidad) de la época de Reeve.
De ahí que, con notable inteligencia, haya eludido tanto una historia de origen perfectamente conocida a nivel popular como emplear al kryptoniano, de nuevo, como hito de origen de todo su universo superheroico.
Precisamente una de las características diferenciales del largometraje respecto a otras iteraciones del superhéroe es que su máximo responsable nos presenta a un Clark Kent/Superman (David Corenswet) que se mueve en un entorno rico, repleto de vida. Con lo cual Gunn intenta replicar la sensación de coger un número cualquiera de una colección ya existente, y la necesidad de que el lector/espectador se ponga al día en movimiento. Lo que provoca quizá uno de los mayores problemas del largometraje: que, al lanzarnos de cabeza a un universo que tenemos que ir descubriendo secuencia a secuencia, provoca un primer tercio un tanto árido. Al menos, hasta que se nos descubren las cartas con las que se está jugando.
Quizás como reacción a su (momentáneo) despido de Marvel Studios, que aun así llevó a que cerrara su etapa en el MCU mediante la nostálgica Guardianes de la Galaxia Vol. 3 (2023), Gunn ha construido Superman como una película, pese a su naturaleza de entretenimiento para todos los públicos, abiertamente política.
La pulla más obvia a ese respecto es, sin duda, el reflejo que la invasión de Jarhanpur por parte de Boravia (ambas naciones, por supuesto, inventadas) ofrece respecto a la situación actual del conflicto entre Israel y Palestina. Pero también habla del intervencionismo estadounidense en el mismo a través de su versión particular del villano Lex Luthor (Nicholas Hoult).
El británico ofrece la que, seguramente, es la mejor interpretación del villano desde el Michael Rosenbaum de Smallville (2001-2011), matizando a base de gestos sutiles que el guión de Gunn insista en compararlo con multimillonarios tecnológicos como Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg.
El director, guionista y productor está tan preocupado por posicionar a nivel político el largometraje (y, de paso, a sí mismo) que hay momentos en los que se olvida de que está construyendo una ficción, y se le va de las manos la discursividad de los diálogos. Sobre todo, respecto a los paralelismos que establece entre la naturaleza extraterrestre de su protagonista y la experiencia de los inmigrantes en los USA de Donald Trump.

Aunque, sin duda, lo que marca la diferencia de este Superman respecto al soporífero estándar superheroico impuesto por el dominio industrial de Marvel Studios está en la reivindicación que hace Gunn de ese concepto visual divertido, desenfadado, que desarrolló en la trilogía Guardianes de la Galaxia (y Taika Waititi imitó en Thor: Ragnarok (2017) y Thor: Love and Thunder (2022)).
No es casual, en ese sentido, que recupere a Henry Braham como director de fotografía, que también había contribuido a la colorida paleta de la muy reivindicable The Flash (2023). Ambos han decidido aprovechar la ligereza de cámaras de cine digital como la Phantom Flex 4K GS, la Red Komodo o la Red V-Raptor para desligarse de las set pieces físicas a lo Leitch/Stahelski.
Gracias a ello, los planos de seguimiento de los personajes son mucho más dinámicos y, como consecuencia, reflejan mejor lo extraordinario de sus movimientos. Pero también hay una introducción muy inteligente del elemento físico dentro del plano digital (por ejemplo, los vuelos del personaje de Corenswet, que se movía por el set con un arnés) con la idea de ofrecerle al espectador un ancla real que evite esa caída en el valle inquietante de tantas secuencias de acción CGI contemporáneas.