Convertida en un pequeño fenómeno del cine independiente por haber vencido en taquilla a Joker: Folie À Deux, Terrifier 3 es también el resultado de la fidelidad creativa de su director, Damien Leone, hacia una franquicia que ha ido creciendo con el tiempo. Por Tonio L. Alarcón
Desde sus inicios en el terreno del cortometraje, el cine de Damien Leone siempre se ha caracterizado por los fogonazos, por hallazgos puntuales que, en su rareza, lograban salir a flote por pura visceralidad dentro de conjuntos deslavazados, incongruentes.
Por eso mismo, sus imágenes funcionan mejor cuando el contexto en el que se desarrollan es más (conscientemente) sencillo. Una simplicidad que ayuda a que brillen esos arranques de violencia en los que, cuando Leone está más inspirado, se impone un concepto de lo terrible que trasciende lo meramente performativo para poner a prueba los límites del espectador de género.
Compárense, a ese respecto, sus cortometrajes The 9th Circle (2008) y Terrifier (2011). Ambos están recopilados en la película antológica primero estrenada como La víspera de Halloween, y ahora lógicamente rebautizada como Terrifier. El origen (2013). El primero se desboca a base de ideas visuales y maquillajes grotescos, hasta dispersarse y perder fuerza a marchas forzadas. De ahí que lo que el espectador, y el propio Leone, retuviera fuera la fugaz presencia de Art el Payaso (todavía interpretado por Mike Giannelli): no en vano, en esa secuencia de arranque, casi anecdótica, se produce más tensión que en el caso posterior.
Por eso el director, en una demostración de inteligencia, condensó mucho más Terrifier, el corto: apenas cinco personajes, unas pocas localizaciones y un crescendo de la violencia que derivaba, ahora sí, en una set piece merecidamente inolvidable por cruda y malsana. Ahí, en esa voluntad de realizar un ejercicio retro que le llevó incluso a aplicar un filtro de ruido similar al que Tarantino y Rodríguez utilizaron en Grindhouse (2007), encontró su voz. Pero, sobre todo, la libertad a nivel de estructura que le permitió rodar Terrifier (2016) con unos ridículos 55.000 dólares.
De forma muy consciente, Leone apostó para ello por llevar a cabo un remake y/o extensión del corto homónimo. Su sencillez argumental le permitió construir una obra muy medida a nivel narrativo, básicamente una larga secuencia de acoso de concepto más o menos lineal (eso sí, con hitchcockiano cambio de protagonista a la mitad) que trascendía el hálito ligeramente amateur de su puesta en escena a través de la escandalosa brutalidad de sus arranques gore.
Utilizando una réflex digital y, por lo tanto, un grano más sutil, el director planteaba los asesinatos de Art de una manera tan directa y tan poco elegante que, lógicamente, provocó gran incomodidad en un espectador de género, a esas alturas, desacostumbrado a semejante franqueza. De hecho, secuencias tan brutales como el asesinato de Dawn (Catherine Corcoran) cosecharon todo un nuevo público para el género de terror, deseoso de recuperar esa violencia descarnada que no resurgía desde los tiempos del torture porn.
Desde esa perspectiva, Terrifier 2 (2022) puede considerarse al mismo tiempo un triunfo y un fracaso artístico para Leone. Un triunfo porque, poco a poco, a base de un goteo vía redes sociales como TikTok, ensanchó lo suficiente la base de fans de Art como para quintuplicar el presupuesto del largometraje original. Gracias a lo cual pudo elaborar con mayor mimo las set pieces, aquí todavía más elaboradas y más grotescas.
La prueba está en que seguramente el punto más alto de la franquicia, al menos en cuanto al empleo de la violencia para descolocar al espectador, sea la muerte de Allie (Casey Hartnett), sobre todo por la frialdad con la que Leone sostenía la cámara ante la tortura recibida. Pero, al mismo tiempo, la película también fue un fracaso en el sentido de que, al inflar sin necesidad su trazado argumental a base de melodrama juvenil (hasta el punto de necesitar casi dos horas y media de metraje), se hicieron mucho más evidentes sus costuras como narrador. En otras palabras, que la franquicia adquiriera la suficiente popularidad entre el fandom como para que se situara al director entre los nombres prominentes del terror contemporáneo, provocó que saltaran a la pantalla los mismos defectos hacia los que ya apuntaba The 9th Circle.
Por eso mismo, Terrifier 3 (2024) parte de una relativa contradicción de planteamiento. No hay duda de que Leone ha querido recuperar una sencillez estructural paralela a la de Terrifier, a la que además hace guiños constantes, casi obsesivos. Pero, al mismo tiempo, cabe apuntar que es incapaz de evitar el tono de telefilme de sobremesa que ya lastraba Terrifier 2 a la hora de construir el entorno inmediato de su protagonista, Sienna (Lauren LaVera). De ahí que el metraje se prolongue, otra vez de forma innecesaria, más allá de las dos horas, cuando si se hubieran aligerado algunas secuencias dramáticas reiterativas podría haber estado por debajo de los 90 minutos.
Lo más interesante del proyecto es que, con la multiplicación del presupuesto hasta unos, aun así modestísimos, dos millones de dólares, Leone y su director de fotografía habitual, George Stuber, superan definitivamente la estética direct-to-video de Terrifier para lograr reproducir esa imagen retro que buscaban desde la época del corto. Y es que, como confesaba el director, tenían como referencia la fotografía de Reginald H. Morris para Navidades negras (1974).
En Terrifier 2 ya se pulía el grano digital de su antecesora debido a la mayor resolución que les proporcionó combinar cámaras de cine digital Arri Alexa Mini, Blackmagic Pocket Cinema 6K y Red Epic Dragon. Aquí Leone y Stuber también han trabajado ese aire a celuloide de 16 mm desde el Digital Intermediate, pero han podido contar con un modelo de mucha mejor gama, una Arri Alexa 35, pero sobre todo unas lentes anamórficas Panavision que le dan a Terrifier 3 una estética mucho más cinematográfica.
Ahí reside, paradójicamente, uno de los problemas del proyecto. Ahora que el director cuenta con el presupuesto suficiente como para llevar adelante una producción cinematográfica de rango profesional, hasta el punto de poder desentenderse de los efectos físicos y ponerlos en mano de Callosum Studios, la compañía de Tom Savini, da la sensación de que Terrifier se le escapa hacia el mainstream. Porque, aunque en Terrifier 3 sigue habiendo mucha violencia desatada, el uso del montaje de Leone hace que ésta sea menos cruda, menos directa.
Las set pieces están aquí tan fragmentadas que se pierde el impacto visceral de los mejores momentos de las dos anteriores, y aunque es probable que la intención del director fuera abrir la franquicia hacia un tono más jocoso, más splatstick, no deja de resultar una lástima que se pierda por el camino ese desafío hacia el espectador que, hasta el momento, caracterizaba los mejores momentos del cine de su director.